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sábado, 2 de septiembre de 2017

The Duke of Burgundy (Peter Strickland, 2014)


Peter Strickland parece un cineasta hondamente comprometido con una estética cinematográfica de la inmersión audiovisual. Sus películas, en efecto (recuerdo ahora mismo Berberian Sound Studio), no se conforman -como es demasiado habitual- con narrar una historia más o menos interesante, sino que, por el contrario, aspiran claramente a, merced a la premeditada manipulación de la imagen y del sonido, sumergir al/la espectador(a) en la experiencia perceptiva que la historia narrada pretende representar. De manera que, al cabo, la recepción de la narración por parte de éste sea una mixta, entre lo racional y lo irracional: comprensión de la naturaleza de las acciones y de los personajes de la trama, sí, pero también, al tiempo, percepción de la ambientación sensorial (de visiones, audiciones, olfateos, tacto, etc.) en la que se supone que ésta tiene lugar.

En The Duke of Burgundy, la historia narrada es una en la que se entrelazan (desde luego, como acostumbran, pero aquí de un modo un tanto más explícito de lo usual) deseo, convivencia y relaciones de poder. Pues la trama se basa en la relación (amorosa, pero también de lucha por el dominio dentro de la pareja) que existe entre Cynthia (Sidse Babett Knudsen) y Evelyn (Chiara D'Anna). Una relación que emplea de forma habitual para sus interacciones los códigos del sadomasoquismo.  Y una relación en la que, en contra de las apariencias, las representaciones de relaciones de poder propias de la sexualidad sadomasoquista apenas se corresponden con las relaciones de poder reales dentro de la pareja.

En último extremo, sin embargo, la descripción anterior no deja de ser una síntesis de lo que la película podría ser si, en vez de estar en las manos de Strickland, hubiese estado en las de otro director más convencional. Pues, en sus manos, la reflexión en torno a la dialéctica entre apariencia y realidad en las relaciones de poder, y en las relaciones de pareja, queda trascendida (sin dejar, empero, de resultar ya relevante por sí misma) por las formas que adopta la representación audiovisual de la historia. Ya que, a causa de ello, la narración de The Duke of Burgundy va sin duda más allá de tal exploración de las interacciones sexuales, afectivas y de poder en la pareja, para penetrar y proponer una interrogación más profunda: acerca del modo en el que los juegos de poder dentro de la pareja -aquí, de esa pareja de Cynthia y de Evelyn, que juegan al sadomasoquismo- vienen a constituir en realidad un trampantojo, una manera de disfrazar la ansiedad por la búsqueda (y por la pérdida) del sentido de la existencia.

Y es que las mariposas muertas que, una y otra vez, aparecen en las imágenes de la película (en numerosas ocasiones, sin justificación dentro de su diégesis) acaso puedan ser vistas como representaciones -¿psicoanalíticas?- de ansiedades mucho más profundas que recorren la vida de los dos personajes protagonistas. Que las conducen a vivir por y para su juego sadomasoquista, por más que (como la película pone de manifiesto abiertamente) dicha rutina haya dejado hace mucho de resultar transgresora, y se haya convertido en un disfraz más de la desesperanza, del sinsentido. Que Peter Strickland, con su dominio de la puesta en forma audiovisual de su historia, sea capaz de representar -y de potenciar el efecto significativo- de todas estas sugerencias, es acaso el mayor mérito de una película honda, pero también serenamente, desesperanzada. Comme il faut...




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