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lunes, 10 de abril de 2017

Sujeto histórico, cultura material y construcción de identidades: a propósito de "El cartógrafo" (Juan Mayorga)


En El cartógrafo, Juan Mayorga aborda el desafío constituido por los rastros, por los trazos: trazos de la materialidad de los signos del pasado. Y a la cuestión adicional de la repercusión que dicha materialidad, y su significado presente, han de poseer, inevitablemente, para la autocomprensión de los seres humanos. (Unos seres que se muestran siempre -quiéranlo, de mejor o peor grado- como sujetos sociales y como sujetos históricos.)

En efecto, en tanto que sujetos necesariamente históricos, los humanos nos hallamos abocados siempre a afrontar el curso del tiempo. Y ello, tanto por lo que se refiere a nuestro tiempo personal como (en nuestra condición de animales también inequívocamente culturales), igualmente, al tiempo social: necesitamos rastrear en nuestro pasado (en el doble sentido: nuestro individual, pero también nuestro pasado colectivo) para localizar signos que nos permitan construirnos una identidad.

La cuestión, por supuesto, es que tal rastreo, en la práctica, básicamente consiste en localizar ciertos objetos materiales de mayor o menor antigüedad (y a los que atribuimos la condición de suficientemente significativos), y de elaborar sofisticadas interpretaciones acerca de la naturaleza pretendidamente icónica e indiciaria que les imputamos.

En condiciones normales, la tarea de (re-)construcción de la historia, para elaborar nuestra presente identidad, parece tener garantizada su verosimilitud (a nuestros ojos) por el hecho de que suponemos -más o menos ingenuamente- que en todo momento la continuidad entre pasado ("nuestro" pasado) y presente se ha visto preservada. De manera que nos sería posible atender a los signos, hoy supervivientes, de dicho pasado, para identificar con cierta facilidad quiénes fuimos (y, de este modo, empezar a definir quiénes somos hoy).

¿Qué ocurre, sin embargo, cuando los rastros han sido borrados? ¿Cuando los poderes sociales han sido capaces de eliminar casi por completo aquellas evidencias materiales de un pasado (generalmente trágico) de grupos sociales marginados (antes y -casi siempre, también- ahora)? ¿Cómo construirnos, entonces, una identidad, a favor o a la contra, pero, en todo caso, sobre la base de lo históricamente acaecido? ¿Cómo crear ese mapa, tan necesario?

El cartógrafo viene a intentar poner de manifiesto la manera en la que el anhelo humano por construir su historia ancestral y su identidad imponen su marca decisiva sobre nuestras existencias. Muy particularmente, allí donde (como en la obra ocurre con el momento del genocidio nacionalsocialista de la población judía europea) tales tareas de construcción narrativa devienen problemáticas: entonces, la búsqueda, los pretendidos hallazgos, los esfuerzos de interpretación (y sobre-interpretación) de aquellos objetos identificados como signos,... pueden resultar existencialmente decisivos, pero también inevitablemente perturbadores.

Es cierto, no obstante, que la obra usa y abusa en demasía (como suele ocurrir tantas veces en el teatro de Mayorga) de las metáforas brillantes, con el fin de transmitir su mensaje. Pese a ello, la representación de tamaña inquietud humana sigue siendo reveladora: abre profundos interrogantes, expone abismos,... Noble tarea, para una representación teatral.


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