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viernes, 28 de abril de 2017

Nocturama (Bertrand Bonello, 2016)


Nocturama presenta una representación paradójica, pero sugestiva, en torno al fenómeno del "terrorismo", en tanto que proceso social característico de las sociedades desarrolladas contemporáneas. Es -si se quiere expresar así- una suerte de representación del "espíritu de los tiempos" propios de la generalización del "terrorismo" como medio de expresión sociopolítica.

A tal fin, la película de Bertrand Bonello aparece escindida radicalmente en dos partes, distintas entre sí. En la primera se muestra a un grupo (interclasista y multirracial) que decide actuar de forma violenta y expeditiva en contra de algunas de las instituciones más representativas del poder político y económico francés: matando a líderes, destruyendo edificios y lugares emblemáticos... y, en general, provocando esa sensación de inseguridad que cualquier acción terrorista persigue. Se describen sus acciones recurriendo a un montaje nervioso, siguiendo en buena medida los estilemas propios del thriller contemporáneo.

A lo largo de esta primera parte, y a través de algunos flashbacks (apenas puntuados, no obstante, por el montaje), se exponen momentos seleccionados de la constitución del grupo y de sus motivaciones para actuar. Aunque la mostración de estos aspectos resulta extremadamente fragmentaria, parecería que se trata de la juventud de la crisis, enfrentada a dos hechos incontrovertibles: de una parte, a una expectativa vital de precariedad y de sobreexplotación; y, de otra, la constatación del creciente vaciamiento de la democracia política y de las instituciones que venían proporcionando igualdad, ascenso social y cohesión a las sociedades europeas.

El terrorismo, entonces, como manifestación (de vocación fundamentalmente expresiva) de un desencanto doble, tanto personal como colectivo (y generacional), con la sociedad en la que se está abocado a (mal)vivir.

Sin embargo, lo más llamativo de la película está aún por llegar. Pues, una vez realizados -con notable éxito- los atentados, el grupo de jóvenes terroristas optan por refugiarse en el edificio de unos grandes almacenes, durante sus horas de cierre. Y allí, entonces, se desencadena un segundo drama: el de la confrontación de l@s jóvenes concienciad@s y políticamente comprometid@s con los fantasmas y ansiedades que la ideología dominante (hedonista, consumista,...) ha implantado, de modo inexorable, en sus mentes.

Descubren, así, los personajes -a la vez que el/la espectador(a)- que existe en ellos una escisión paradójica, sí, pero profunda, entre las ideas políticas que racionalmente sostienen (que propugnan la destrucción de la sociedad capitalista y de sus relaciones de poder) y las emociones y deseos que surgen, de manera incontrolable, desde las profundidades de su psiquismo. Que, en realidad, para ell@s la liberación tiene más que ver, en el fondo, con la satisfacción de necesidades de consumo y ostentación que del compromiso, la comunidad y la transformación social (contra lo que parecían ser sus pretensiones iniciales).

De este modo, cuando la actuación policial acaba por exterminar a tod@s l@s miembros de este grupo armado, en realidad, el mismo estaba ya destruido: destruido desde dentro, por los fantasmas ideológicos implantados en las mentes de l@s integrantes, que parecen incapacitarles para conducir con eficacia y sentido una lucha política auténticamente transformadora.

De manera harto significativa, la película finaliza con la escena en la que Samir (Ilias Le Doré), último superviviente del grupo (cuyos miembros han ido siendo ejecutad@s un@ tras otr@ por la unidad policial de asalto), no sólo se rinde, sino que pide reiteradamente -pero en vano- que le ayuden. ¿Que le ayuden a volver a ser un joven "normal", a la vista del estrepitoso fracaso político (no sólo en relación con la sociedad francesa que pretenden cambiar, sino respecto de sí mismos) que la acción terrorista, en el fondo, ha sido?

El terrorismo retratado, pues, ante todo como la manifestación del Angst (esencialmente romántico y adolescente) de sectores sociales que -como ocurre con algunos juveniles- aún no se hallan plenamente integrados en las estructuras socieconómicas del capitalismo contemporáneo y que por ello comprenden todavía su esencial inhumanidad. Y que mantienen (contra toda esperanza) la ilusión de poder transformarlo, mediante un "gesto único y decisivo", que se pretende que sería capaz de alterar radicalmente el sentido de lo social, tal y como es percibido por el resto de la ciudadanía.

Probablemente se trate de un retrato injusto y parcial. Y, pese a ello, no me cabe duda de que hay algo de auténtico y de verdaderamente sugerente en las paradojas que un retrato de esta índole inevitablemente conlleva...




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