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miércoles, 19 de abril de 2017

Cialo (=Cuerpo) (Malgorzata Szumowska, 2015)


La historia de Cialo está construida sobre la base de una paradoja ineluctable de la condición humana: que, estando, como estamos, constituidos por pura materia, sin embargo, las características de nuestros estados mentales (y, por extensión, de aquellos entes -culturales- que nuestras mentes son capaces de concebir y nuestro lenguaje de comunicar) resultan de hecho decisivas para explicar nuestra conducta, la conducta de nuestros cuerpos.

Así, l@s protagonistas de Cialo experimentan a lo largo de la narración la ineludible (y casi insoportable) tensión que la calidad -en general, pésima- de sus estados mentales produce sobre las manifestaciones corporales, físicas. El afrontamiento de la muerte ajena, así como el enfrentamiento con los rasgos del propio cuerpo, fenómenos todos ellos eminentemente físicos, son abordados por los personajes principalmente a partir de las ansiedades que ocasionan en sus atribuladas mentes.

De este modo, Cialo se revela como una película extrañamente materialista. Porque, en efecto, en ningún momento ninguna de las creencias y aspiraciones seudo-espirituales que acogen varios de sus personajes (creencia en el más allá, en la comunicación con los difuntos, en la trascendencia o en la existencia de una espiritualidad más profunda -más profunda que la mente- en el ser humano) se revelan como algo más que meras fantasías consolatorias. Pero, a pesar de ello, lo cierto es que la historia narrada viene a poner de manifiesto cómo nuestros cuerpos se ven íntimamente afectados por las operaciones (físicas también, en último extremo, aunque habitualmente no las percibimos, en términos fenomenológicos, como tales) de ese extraño órgano que es nuestro cerebro. Y cómo, en consecuencia, únicamente tratándonos a nosotr@s mism@s y a cuant@s nos rodean como si verdaderamente tuviésemos espíritu (y a pesar de que sepamos que, en términos científicos, todo ello no es más que pura fantasía) somos capaces de enfrentarnos a la realidad material (tanto a la nuestra propia como a la de nuestros congéneres), tan transida de ansiedad, de sufrimiento, de muerte y de acabamiento, y actuar en ella con alguna racionalidad, con algún sentido práctico y con alguna caridad hacia el prójimo.




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