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sábado, 10 de diciembre de 2016

Que la bête meure (Claude Chabrol, 1969): la venganza como (escarpado) recorrido emocional


Que la bête meure adapta una novela publicada en el año 1938 (The beast must die -hay traducción castellana en RBA) por Nicholas Blake. Sin embargo, mientras que la novela original está construida como un clásico whodunit, en torno a las complicaciones para establecer la identidad del asesino de un hombre al que, debido a su despreciable catadura moral, todos tenían algún motivo para matar, Claude Chabrol opta por una reestructuración radical de la narración: por centrar su atención principalmente en la subjetividad de Charles Thenier (Michel Duchaussoy), ese escritor de novelas criminales que se ve impelido por las circunstancias (por la muerte de su hijo pequeño, atropellado por un desconocido que se da a la fuga) a pasar de la teoría a la práctica y a planear un asesinato por venganza.

De este modo, la película de Chabrol prescinde prácticamente por completo de los elementos de intriga contenidos en la novela de partida (hasta el punto de clausurar un tanto precipitadamente, en la última parte de la película, la trama de intriga policial), para prestar más bien atención a lo que, tanto en la novela como en la película, son los pensamientos del protagonista, plasmados en el diario que lleva durante el período de la ideación y planificación criminal.

La cuestión, no obstante, es que, mientras que en la novela tal diario sirve como un elemento más de la intriga acerca de la identidad del asesino, en la película se presta mucha mayor atención a las emociones de Charles. De manera que, al cabo, lo que viene a narrar la película es la dificultad para, aun con la "mejor" de las intenciones, construirse por uno mismo (esto es, sin presión o apoyo social) una identidad como asesino.

Así, Charles se halla en principio -en el plano teórico- extremadamente motivado para hallar al autor de la muerte de su hijo y vengarse, dándole a su vez muerte a él. Pero, a pesar de que los problemas de racionalidad instrumental existentes para lograr su propósito (en principio, enormes: triunfar, identificando al responsable, allí donde la policía no fue capaz de lograrlo y, luego, matar y quedar impune) se van resolviendo -a veces, incluso de modo inusitado- con cierta facilidad en su favor, ocurre que, cuando Charles intenta pasar de la teoría a la práctica, se enfrenta a enormes obstáculos emocionales: "la bestia", Paul Decourt (Jean Yanne), tiene mujer e hijo, este último se encariña de Charles, la cuñada y ex amante de Paul se ha enamorado de Charles,...

Y, en suma, Charles comprende que vengarse, a  través de un homicidio, no es tan sencillo en la práctica, cuando (como sucede siempre que no interviene algún aparato organizado de poder) la venganza se convierte en algo personal: porque la interacción personal entre autor y víctima (víctimas, pues siempre hay más de una: además de la directa, las hay en todo caso indirectas) afecta inevitablemente también al asesino. Porque, inevitablemente, cuando transcurre el suficiente tiempo (cuando la venganza es "en frío") y el sujeto activo posee una socialización moral suficientemente normal, matar posee consecuencias morales, y emocionales (emociones morales), también para el autor. Unas consecuencias que el psiquismo humano (el psiquismo humano normal, cuando opera libremente, fuera de estructuras organizadas de poder) es incapaz de evitar o de ignorar, teniendo que lidiar con ellas, inevitablemente.

Hasta el punto de que, en último extremo, Charles (a diferencia del Frank de la novela original, que era descubierto) decide confesar su crimen, pese a no estar obligado a hacerlo por las circunstancias: para evitar sufrimientos innecesarios e injustos a personas inocentes a las que ha aprendido a apreciar. Porque, en contra de lo que reza el tópico, vengarse no es en realidad satisfactorio más que cuando teorizamos acerca de la venganza. Por el contrario, vengarse realmente es difícil, doloroso, esforzado, emocionalmente extenuante. Porque es siempre una actividad demasiado personal.

Justamente, ésta es la razón por la que, aun ante la mayor iniquidad de la que podamos llegar a ser víctimas, lo usual es que nos abstengamos de vengarnos, incluso si sería posible hacerlo impunemente. Siempre, claro está, que no seamos presionados socialmente para hacerlo. O que no hayamos delegado la venganza en un tercero. O en una organización que -como la justicia penal- sea capaz de convertirla en un proceso burocrático y (relativamente) deshumanizado. Sólo así somos capaces de olvidar -casi siempre- la significación moral (y, por ende, emocional) de todo el mal que estamos promoviendo.




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