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domingo, 13 de noviembre de 2016

Hamlet: justicia y nihilismo


Leer y releer, ver y volver a ver, escuchar y volver a escuchar: el ejercicio de la relectura (revisión, audición repetida,...) de obras de arte verdaderamente importantes resulta tan recomendable como imprescindible, para extraer de las obras toda su sustancia. Para reflexionar sobre ellas, para reinterpretarlas, una y otra vez, aquilatar su riqueza y multiplicidad de sentidos y de enseñanzas...

Volvía el otro día a ver, después de muchos años, la adaptación cinematográfica de Hamlet que Laurence Olivier dirigió y protagonizó en 1948. Y, con este motivo, releyendo otra vez la obra, precisamente por resultarme ya estas alturas tan sabido el argumento, me dio por reflexionar acerca de cuál es el sentido global de la historia que narra la tragedia.

En una primera aproximación, podría pensarse que Hamlet, al igual que el resto de las grandes tragedias de William Shakespeare, relata los acaeceres del sino aciago de unos personajes enredados por las maldiciones del destino: puesto que es evidente que algo tiene que ver su trama con la del ciclo tebano y con la suerte de Edipo (marido muerto, madre que se casa "incestuosamente" con el asesino), Hamlet podría ser vista como una reinterpretación y modernización de tópicos contenidos en la tragedia griega clásica.

Sin embargo, esta interpretación (con tener algo de cierto) resulta notoriamente insuficiente, puesto que una lectura atenta y leal de las tragedias de Shakespeare pone de manifiesto cómo la ideología renacentista, a pesar de sus pretensiones de clasicismo, se distancia en realidad en grado sumo del marco ideológico propio de la tragedia griega. En efecto, en Othello, en Macbeth, en King Lear,... en Hamlet, antes que un destino suprahumano fatal, lo que desencadena la tragedia es, ante todo, el cúmulo de pasiones humanas desencadenadas, sin sentido ni razón, que abocan al desenfreno y, en última instancia, a la (auto-)destrucción.

Porque no es el fantasma de su padre lo que verdaderamente impulsa la dinámica trágica en la obra, sino que más bien lo es la manera en la que Hamlet asume su rol: el rol del vengador que, tan embebido de su misión, no para en barras para llegar a cumplirla a satisfacción propia.

En este sentido, en una visión conjunto, lo que Hamlet narra en realidad son las vicisitudes de un vengador en el desempeño de su tarea: de quien, imbuido de su "sacrosanta" misión, recurre a toda suerte de medios (astucias, fingimiento, violencia) para cumplir con sus objetivos. Y lo hace caiga quien caiga: Polonius y Ophelia (completamente inocente, enamorada), Laertes y Gertrude (su propia madre, inocente, o tan sólo culpable por inadvertencia), Claudius (el malvado de la historia) y el mismo Hamlet; tod@s -inocentes o culpables, en diferentes grados- perecen por igual en el transcurso del desenvolvimiento de la furia vengadora del príncipe heredero por la muerte de su padre.

La cuestión que, en el fondo, suscita la furia vengadora del príncipe de Dinamarca es, por supuesto, la de la problemática (desde un punto de vista ético) relación entre justicia y racionalidad instrumental: el problema, en fin, de los medios justificables para el fin de hacer justicia.

Pues, aun si concedemos -como la obra nos exige- que la pretensión de Hamlet (hacer justicia al asesinato de su padre: desvelar la verdad y castigar a los culpables) sea moralmente legítima, ello todavía no permite concluir nada en absoluto sobre qué es preciso, conveniente y aceptable hacer para lograrlo. Fiat iustitia, et pereat mundus? Responder afirmativamente, en general y sin cualificaciones, a esta cuestión parecería temerario...

Justamente, tal es la cuestión moral que, en verdad, suscita la obra: que, sin duda alguna, Hamlet ha optado por responder (siquiera sea de manera inconsciente) de tal modo, afirmativo, general y sin cualificación alguna, a la pregunta por los medios de su pretensión de justicia. Y, de este modo, Hamlet realmente se ha convertido en un auténtico nihilista: en alguien que niega el sentido a la existencia, y también el valor de aquellos elementos que la conforman; y, por extensión, también el el sentido, la función o el valor de los sujetos que en ella existen, y subsisten.

Tal negación tiene lugar en los hechos, pero también de palabra. Véase, si no (acto II, escena 2):

"(…) I have of late—but
Wherefore I know not—lost all my mirth, forgone all
custom of exercises; and indeed it goes so heavily
with my disposition that this goodly frame, the
 earth, seems to me a sterile promontory, this most
excellent canopy, the air, look you, this brave
o'erhanging firmament, this majestical roof fretted
with golden fire, why, it appears no other thing to
me than a foul and pestilent congregation of vapors.
What a piece of work is a man! How noble in reason,
how infinite in faculties, in form and moving how
express and admirable, in action how like an angel,
in apprehension how like a god! The beauty of the
world, the paragon of animals! And yet, to me,
what is this quintessence of dust? man delights not
me: no, nor woman neither, though by your smiling
you seem to say so."

Obsérvese que la desmesura de Hamlet no procede del fin que persigue, ni en abstracto (hacer justicia al asesinato de su padre) ni en concreto (castigar con la muerte al asesino: castigo perfectamente justo y proporcionado, según las creencias del momento), sino que se debe a los medios que para emplear para lograrlo. Más exactamente, en su negativa a dejar de emplear cualquier medio: no importan las consecuencias "colaterales" de su búsqueda, si sufren o perecen inocentes, si los daños globales resultan desmesurados.

Sobre lo que nos ilumina, entonces, Hamlet (la narración, la tragedia) es sobre un riesgo y sobre una enseñanza. Sobre el riesgo, desde luego, de que la búsqueda de un fin moral resulte pervertido hasta sus tuétanos por los medios que se emplean para intentar lograrlo.

Pero, sobre todo, sobre lo imprescindible que es que la búsqueda de la justicia sea realizada por sujetos virtuosos. Porque, si no lo son, si, como Hamlet, su inmersión en el universo del mal les conduce a convertirse en nihilistas, entonces todo cuanto busquen, aun si lo hacen por una buena causa, acabará, en términos morales, necesariamente en catástrofe.

Enseñanza esta que nos conduce -regresando a nuestro mundo contemporáneo- a eternos problemas que nos atenazan: el de la inevitable tensión ética entre fines y medios, sí, pero también (y, quizá, sobre todo) al de las virtudes que deberían acompañar al/la hacedor(a) de justicia. A cómo es posible, si es que lo es, hacer justicia principalmente con burócratas. Si no está abocada al fracaso una justicia que no sea (instrumentalmente racional, sí, pero también, y sobre todo) humanista: comprometida con valores morales, también en el desarrollo de su actividad (y no sólo en los objetivos que persigue).


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