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domingo, 2 de octubre de 2016

Michael Kohlhaas (Heinrich von Kleist, 1810), o las ambigüedades trágicas de la justicia positiva


El dilema de Michael Kohlhaas (el protagonista del relato del mismo nombre escrito por Heinrich von Kleist), que estructura toda la historia, estriba en su dificultad -práctica imposibilidad- para conciliar dos concepciones, radicalmente diferentes, de la justicia. Dos concepciones que, desde luego, son radicalmente diferentes, pero que, sin embargo, en realidad son mantenidas al mismo tiempo por el personaje, como creencias propias. Sin advertir, en principio, la evidente y potencial contradicción entre ambas. Así, el drama de Kohlhaas estriba en la revelación de que verdaderamente sus creencias acerca del Derecho y de la justicia resultan contradictorias, conjuntamente insostenibles desde un punto de vista racional. Y en las consecuencias, personales, que dicha constatación trae consigo, para quien estaba habituado a considerarse (y reconocerse como) "un ciudadano ejemplar".

Es esta la razón por la que la historia de Michael Kohlhaas viene a resultar, en suma, una auténtica corporeización de algunos de los dilemas más llamativos y acuciantes de la teoría de la justicia.

Así, por una parte, Kohlhaas asume la posición de que lo justo coincide, ha de coincidir, con aquello que el Derecho (positivo) dicta. O, más exactamente, con aquello que el Derecho positivo, correctamente entendido (justamente: a la luz del Derecho natural -de la concepción más sólida desde un punto de vista ético crítico, de lo moralmente correcto en la interacción social), debería dictar.

Visto así, el comportamiento del noble Wenzel von Tronka y su servidumbre constituye una conducta manifiestamente ilegal: entre el fraude de ley y las vías de hecho, puesto que el permiso que exige a Michael y el derecho que pretende cobrarle carece evidentemente de base jurídica (positiva) alguna. Una conducta injusta, entonces, por ilegal, en virtud de su ilegalidad.

De otra parte, sin embargo, lo cierto es que Kohlhaas llega, en un cierto paso de la narración, a asumir el hecho de que el Derecho es tan sólo una apariencia de la justicia: una apariencia falseada; puramente ideológica, en suma. De este modo, a partir de un determinado momento de su rebelión (contra la injusticia), su empeño se vuelve revolucionario: desde el momento en el que su intención prioritaria, al rebelarse, deja de ser ya la de reclamar justicia (con minúsculas: la aplicación, equitativa, del Derecho al caso concreto), y pasa a ser más bien la de acabar con un régimen (social, político y, en último extremo, jurídico) que, por principio, ha de ser considerado como injusto; la de transformarlo en otro.

El personaje, a lo largo del relato, se balancea casi constantemente entre los dos cuernos del dilema: ¿reclamar justicia (aplicación del Derecho) o hacerla (cambiando el Derecho, instituyéndolo)? Y, finalmente, en la resolución de la trama, se revela incapaz de superarlo. Optando, entonces, por una solución que podríamos calificar de "salomónica": esto es, de artificiosa (y, en tanto que tal, fundamentalmente inútil). Que es la conclusión trágica que la historia enfatiza.

La pregunta, entonces, que hay que hacerse, es si es posible disolver el dilema. O, si no lo es, si es que estamos abocados, como participantes de pleno derecho de las prácticas (socioculturales) de lo jurídico, a mantener paquetes de creencias en relación con los fenómenos jurídicos y con la valoración moral que los mismos merecen, que resulten tan manifiestamente problemáticos, por internamente contradictorios. Y, entonces, cómo podemos hacer para eludir (para minimizar el riesgo de hallarnos en), situaciones que, in actu (y no meramente en el plano de las posibilidades teóricas), sean de conflicto manifiestamente irresoluble para el/la ciudadan@; y, por consiguiente, necesariamente destructivas.

Personalmente, no estoy seguro de cuál es la respuesta más satisfactoria (esto es, correcta, adecuada a la realidad) a estas preguntas. Aunque tiendo a sospechar que lo sea, precisamente, la más trágica de todas las posibles. Que, en suma, un participante en los juegos de lenguaje propios del Derecho (positivo) necesariamente se halla enredad@ (lo sepa o no) en ambigüedades, oscuridades y contradicciones como aquellas a las que Michael Kohlhaas se enfrente en el relato que comento, y que acaban con su auténtica destrucción (como ciudadano, desde luego, y aun como persona autónoma e, incluso, como individuo vivo).

Que resulta, entonces, imprescindible aceptar el hecho (trágico), reconocerlo y aprender a convivir con él. Aprender a conocer -y a practicar- la tensión irresoluble y trágica que surge, y resurge, una y otra vez, cuando se lleva a cabo el ejercicio de comparar el dictum de la ley con su aplicación real, a casos reales, que precisan respuesta del ordenamiento jurídico. A convivir con la posibilidad del vacío (de sentido, de lo normativo), sin sucumbir a su atracción oscura.


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