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sábado, 10 de septiembre de 2016

Los ilusos (Jonás Trueba, 2013)


Confieso que -cuando menos, a mí- me resulta harto difícil simpatizar con esta película. Por dos razones, como mínimo. Primero, en el aspecto temático, porque me resulta antipático un pretendido retrato de la "juventud artista", en el que esta aparece completamente desprendida de cualquier problema común propio de la clase trabajadora (los personajes de Jonás Trueba no trabajan, no tienen hijos, no madrugan, no compran en los supermercados,...); pero que, además, presenta a unos artistas más bien pueriles en sus exploraciones estéticas.

Y, además, porque, en términos formales, el cine de Trueba suena a antiguo: con una evidente influencia de los nuevos cines de los años sesenta y setenta del pasado siglo, sus retratos individualistas y existenciales, tan desencarnados, tan esteticistas, apenas pueden sostenerse -pienso yo- en tiempos más lúcidos y menos ingenuos, como los actuales.

(Apenas cabe decir nada, me parece, sobre el discretísimo juego, que la narración de la película esboza, acerca de la transparencia y el desvelamiento del aparato de la representación cinematográfica, haciendo presentes claquetas, micrófonos, comentarios en off de actores y técnicos, etc. O la escena final con las cintas de vídeo descabaladas, convertidas ya en mero objeto de divertimento y destrucción para unas niñas pequeñas. Apenas cabe decir nada, creo, por la puerilidad de un ejercicio que -¡a estas alturas!- ha sido ya mil veces desarrollado, con mayor tino y profundidad.)

Entonces, confieso mi incapacidad para apreciar (más allá de su notoria condición de rara avis dentro del cine reciente) Los ilusos como manifiesto artístico, ni del director ni de sus personajes: porque la narración resulta manida y poco interesante; porque los personajes y situaciones, sus pretensiones y dilemas, son pueriles, trasnochados.

Y, en cambio, tiendo a ver Los ilusos como una fidelísimo -ahora sí- representación: como un buen retrato de un determinado mal que aqueja a todo un conjunto de personas, pertenecientes a varias generaciones sucesivas (ya no tan jóvenes), en la treintena, en la cuarentena, que, procedentes de familias clase media acomodada, dotados de un nivel educativo elevado, con gran acopio de capital social y cultural, han preferido (o han sido abocados a) vivir por sí y para sí. Decepcionad@s de todo, sin apenas haberlo intentado. Ensimismad@s. Algun@s han derivado hacia el activismo. Otr@s, hacia las afecciones psicológicas. La mayoría, siguen disfrutando de su situación (comparativamente) ventajosa, de su posibilidad de no acomodarse plenamente en la clase trabajadora, de preservar -mellada, deteriorada- su ventaja posicional, frente a jóvenes y personas de mediana edad, de clase trabajadora y sin respaldo familiar ni educación formal avanzada, ni capital social o cultural.


Porque, en el fondo, efectivamente, Los ilusos acaba por resultar un excelente retrato de una sociedad socialmente fracturada y completamente atenazada: jóvenes desorientad@s, replet@s de vanas pretensiones artísticas, paseando su desencanto y su impotencia, después de una noche de juerga, por una ciudad vacía, en la que l@s primer@s trabajador@s manuales empiezan a salir a la calle, a comenzar su jornada. Y donde otr@s much@s trajador@s, desemplead@s, desahuciad@s, enferm@s, marginad@s, han "elegido" dormitar malamente en los soportales de esa Plaza Mayor de Madrid que de manera tan esteticista es mostrada en la película. ¿Qué mejor representación podríamos encontrar de una sociedad, y de un arte, radicalmente alienados?




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