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miércoles, 10 de agosto de 2016

The night of the hunter (Charles Laughton, 1955): un cántico


The night of the hunter narra una trama perfectamente identificable como muestra del subgénero del Southern gothic: un campesino arruinado por la depresión que recurre al crimen, una familia hundida en la miseria y el descrédito, un predicador arrebatado y oportunista, una comunidad de creyentes fervientes que le acoge, los niños sometidos al reinado del terror y del crimen, muerte, persecución, miedo, religión y deseo, hipocresía y naturaleza,...

Y, sin embargo, la película que dirigió Charles Laughton, en realidad, apenas puede ser conceptuada como tal muestra del subgénero. Y ello, a causa de la capacidad del director para trascender los elementos temáticos de la narración (procedentes de la novela de Davis Grubb en la que se basa) y para, merced a la formalización audiovisual que les impone, otorgarles una nueva (adicional, puesto que realmente la capa Southern gothic tampoco desaparece) significación predominante.


Una nueva significación (adicional) que, me parece, se apoya esencialmente en el trabajo en torno al punto de vista narrativo. Trabajo que resulta verdaderamente complejo. Porque, aunque, en una primera aproximación, podría pensarse que la focalización de la narración se concentra en el punto de vista de los personajes de los dos niños (John y Pearl Harper -encarnados por, respectivamente, Billy Chapin y Sally Jane Bruce), lo que resultaría completamente lógico si se tratase únicamente de una película de terror o de tensión, a medida que la narración avanza podemos ir comprendiendo, si lo pensamos con detenimiento, que no es exactamente así.

Que el punto de vista de los dos niños se ve constantemente trascendido por otro punto de vista. Un punto de vista que pretende poseer (y que, en mi opinión, en la película logra transmitir) una mucho mayor amplitud y grandiosidad. Se trata de un punto de vista suprahumano: naturaleza o dios (inmanencia o trascendencia), quién sabe (¿acaso importa?)... Algo o alguien superior, con quien -a través del instrumental formal empleado- una y otra vez se invita al/a espectador(a) a identificarse; o, cuando menos, a colocarse en su posición, para contemplar los acontecimientos relatados.


De este modo, una historia de terror infantil se convierte, en su adaptación cinematográfica, en otra cosa muy diferente: en un verdadero cántico al triunfo de las potencias naturales y de la bondad (encarnada paradigmáticamente en el personaje de Rachel Cooper -Lillian Gish) en el mundo, frente a toda su maldad (que tan bien simboliza el personaje de Harry Powell -Robert Mitchum).

Cántico tal vez demasiado optimista, si lo contrastamos con la realidad. Sea como sea, no obstante, lo cierto es que, en el seno de la obra narrativa que hoy comento, de la película, resulta casi convincente. No es mérito menor el lograrlo (y el hacerlo casi únicamente gracias al dominio formal sobre el material temático utilizado), a la vista de la escasa verosimilitud de la propuesta. Y es que tal es la capacidad del gran arte, del mejor arte: la de hacernos vislumbrar universos posibles, la de hacernos creer en ellos. (al menos, por un rato, mientras que dura la fascinación)...





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