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domingo, 7 de agosto de 2016

Battlestar Galactica (Glen A. Larson/ Ronald D. Moore, 2004-2009)


Una buena parte de la narrativa de ciencia-ficción ha mantenido desde siempre intensísimas relaciones con la realidad sociopolítica del momento de su elaboración y difusión. De manera que, en tales ocasiones, la enunciación de las historias de anticipación que aparentemente se estaban narrando venían a constituir sendas reflexiones (más o menos abiertas, más o menos cifradas) acerca del presente, de su interpretación, de su evolución previsible y de las alternativas de acción que se percibía que se le abrían al sujeto enunciador.

Porque, en efecto, lo más característico de esta narrativa de ciencia-ficción de significación sociopolítica es su sólida adhesión a la idea de apertura del futuro: la elucidación del presente, su reelaboración y reinterpretación -merced al relato- sólo cobran sentido en la medida en que, al menos implícitamente, se presupone una confianza en la posibilidad de cambiar, de torcer el curso de los acontecimientos, para mejor. De lograr que la narración de lo acontecido -siquiera sea en clave alegórica- haga posible una mejor y mayor (auto-)comprensión y, consiguientemente, una mayor claridad en el imaginario colectiva por lo que hace a las alternativas políticas que, como sociedad, están presentes, a sus oportunidades y a amenazas, costes y beneficios.

En este sentido, una serie como Battlestar Galactica, en la versión del siglo XXI (con la mini-serie inicial, sus cuatro temporadas posteriores y los varios capítulos adicionales producidos) que hoy comento, constituye un ejemplo paradigmático. Pues, aun conservando las referencias teológicas (una confusa combinación de narración bíblica, mitología grecolatina y las disparatadas leyendas sobre el origen extraterrestre de la especie humana que se han vuelto tan populares en el siglo XX) que aparecían en la primera versión (de los años setenta del pasado siglo) de la serie, lo cierto es que su núcleo argumental es abierta y eminentemente político. (En este sentido, resulta clarificador comparar las tramas de ambas versiones de la serie, para comprobar cómo en la segunda se ha reforzado esta faceta política...)

Una serie, pues, que elabora relatos (y, en esa medida, necesariamente las refleja) en torno a las alternativas políticas de la sociedad norteamericana del momento. En dos sentidos muy precisos. Primero, en su relación con el exterior, la serie constituye una abierta dramatización de las dificultades para la coexistencia entre una sociedad explotadora y las sociedades a las que explota: explotación, rebelión, tentación de exterminio, coexistencia, diálogo intercultural,... son todas ellas alternativas que van siendo exploradas de manera sistemática en la serie, en la relación entre la especie humana (que, en una sinécdoque tan habitual en la ideología imperialista norteamericana, pasa por representación del imperio norteamericano) y los cylon, la clase de máquinas explotadas por aquella y que se rebelan contra su crueldad (referencias: Metropolis, el análisis marxista,...). Optándose, en última instancia, por exaltar la posibilidad de la convivencia en paz de culturas diferentes.

Pero la política también está presente, de manera preeminente, en la comunidad humana, en los supervivientes embarcados en la estrella de combate Galactica y en la flota estelar, después del ataque sopresivo cylon (referencias: Pearl Harbor, ataque del 11-S). Pues se dramatizan igualmente los dilemas políticos de cómo se gobierna una sociedad guerra. De cómo preservar la democracia, o no; de cómo garantizar, o limitar o suspender, los derechos; de cómo puede sobrevivir el pluralismo; de qué papel juegan los civiles y los militares; el papel del secreto de Estado; la paranoia en contra de la "quinta columna"; la problemática dialéctica entre lealtad y traición; etc. En este aspecto, el de la convivencia doméstica, la serie muestra un panorama más bien sombrío, amenazador, en el que la pervivencia de la democracia, de los derechos humanos y la civilización apenas están aseguradas. En el que sólo la suerte y la actuación moral y -además- decidida de la ciudadanía puede contrarrestar las tendencias (autoritarias) dominantes, aun cuando en ocasiones -no siempre- se manifiesten con la mejor de las intenciones.

Todo lo anterior, el núcleo temático político de la serie, se combina (como es habitual en la producción audiovisual comercial), para volver más digerible la narración resultante, con numerosos momentos aventureros, así como con escenas destinadas a desarrollar las relaciones afectivas entre los personajes protagonistas. Las primeras vuelven la serie más dinámica y divertida (aunque no más interesante). Las segundas, tópicas, pueden dejarse de lado, por irrelevantes. Pues lo que eleva el interés de la serie (hasta el punto de la ilustración, no más arriba: que nadie espere profundidad, conformémonos con que se aborden en ella temas de alguna relevancia) es ese esfuerzo por dramatizar las principales tensiones sociopolíticas de la sociedad norteamericana posterior al 11-S, mostrándolas sin ambages. Si, además, es posible divertirse con el empeño, tanto mejor.




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