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viernes, 11 de diciembre de 2015

Rojo y negro (Carlos Arévalo, 1942)


Contemplar Rojo y negro como la película deliberadamente política que pretende ser (que constituye el paradigma del cine falangista, se ha dicho de ella) resulta problemático. Y lo resulta, porque en ella existe una notoria contradicción entre sus formas y su argumento. Una contradicción que empaña y dificulta la determinación de su sentido último.

En efecto, Rojo y negro acoge, si no todos, sí buena parte de los recursos retóricos que para hacer cine político habían elaborado y explotado los cineastas soviéticos de los años veinte y treinta (y, señaladamente Sergei M. Einsenstein). En este sentido, desde un punto de vista puramente formal, la película es verdaderamente deslumbrante, un auténtico alarde formalista: el empleo de la iluminación fuertemente contrastada, con finalidad expresiva; el empleo de secuencias de montaje y de escenas eminentemente simbólicas; los movimientos de cámara a través de las maquetas que representan la sede de la checa;... Se trata, evidentemente, de una película con una enorme ambición expresiva

Y, sin embargo, ocurre que todo ese brillante aparato formal se halla al servicio de una historia cuando menos confusa. Y, además, profundamente problemática en términos políticos (falangistas). Así, aunque en principio la historia está dividida en tres partes, que pretenderían retratar, respectivamente, el inicio de la relación entre Luisa (Conchita Montenegro) y Miguel (Ismael Merlo) y, en paralelo, de la crisis política, su relación como adultos al tiempo que la crisis se agudiza y acaba en guerra civil y, en fin, los tiempos del Madrid asediado y de los quintacolumnistas, lo cierto es que el grueso de la atención, y del tiempo de la narración, se destinan a esta última parte. Ello condiciona necesariamente el sentido de la historia, puesto que lo que en principio parece pretender ser un diagnóstico político (fascista) sobre los "males de la patria" y sus supuestas soluciones, en la práctica acaba por convertirse en un melodrama de personajes asediados por las circunstancias y cuyo amor, por ello, deviene imposible y acaba en muerte.

Es decir, todo el espléndido retrato (caricaturesco hasta el límite: la sutileza no es, ni pretende ser, una de las virtudes de la película) del sufrimiento de los prisioneros de las checas y de los malos tratos que sufren a manos de sus guardianes, que resulta convincente en términos dramáticos (y visuales), sin embargo, resulta prácticamente impotente desde el punto de vista político. Pues, al contrario de lo que ocurría en las películas de Eisenstein o Pudovkin que le sirven de referentes, aquí el discurso melodramático no aparece bien integrado con el análisis político. Así, mientras que un(a) espectador(a) de Bronenosets Potyomkin (=El acorazado Potemkin) o Stachka (=La huelga) comprenderá perfectamente el análisis, populista y marxista, que ambas películas pretenden mostrar acerca de la situación (de desigualdad, injusticia y opresión de clase) de la sociedad rusa, y entenderá por ello perfectamente la manera en la que los personajes reaccionan ante ello, rebelándose, un(a) espectador(a) de Rojo y negro que no venga ya convencido de su casa acerca de las bondades del fascismo apenas podrá extraer de la película la conclusión de que las izquierdas son vengativas y crueles con sus enemigos. Pero nada concluirá sobre el diagnóstico fascista acerca de la sociedad y de sus propuestas para mejorarla.

En este sentido, pues, Rojo y negro parece pretender transmitir antes un cierto estado de ánimo que un verdadero mensaje político. Película más bien emocional, que acaba por adherirse a la retórica del melodrama (a este respecto, su imaginería resulta tan potente como la de cualquier película sobre la resistencia antifascista -pienso, por ejemplo, en Roma, città aperta). Pero que resulta incapaz de transmitir su mensaje político, por lo que su recurso a las técnicas retóricas propias del cine político de la época resulta, en último extremo, inapropiado, precisamente por no insertarse bien en la globalidad de la narración.

Rojo y negro es, pues, una película profundamente desequilibrada: formalmente brillante, pero de limitados efectos, desde el punto de vista narrativo. Una rareza,en todo caso, digna de ser revisada.

La película puede verse aquí:




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