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martes, 23 de junio de 2015

Sils Maria (Olivier Assayas, 2014)


Ciertamente, Sils Maria podría ser contemplada, sin exageración, como otro ejemplo más de toda una serie de películas que han explorado -y, en buena medida, también mitificado- los dilemas, tormentos y absurdos del arte de interpretar. En la línea, muy destacadamente, de All about Eve (Joseph L. Mankiewicz, 1950) o las diversas versiones de A star is born (1937, 1954, 1976): una respuesta d'auteur al clásico melodrama sobre actores, podríamos decir...

Podríamos decirlo, sin duda, pero creo que, limitándonos a una interpretación de esta índole, estaríamos perdiendo de vista lo más sugerente que la película tiene que ofrecernos. Pues, en efecto, me parece que lo más relevante -para mí, cuando menos- de Sils Maria no es la trama (ya algo manida, a estas alturas) sobre las vicisitudes de las actrices, su miedo a envejecer o la contraposición entre alta y baja cultura. De hecho, creo que lo más relevante no estriba, en absoluto, en la trama.

(Se ha ensayado, tanto por parte de la crítica como del director mismo, otra interpretación alternativa, en torno a la documentación de los momentos concretos en la trayectoria vital y profesional de las tres actrices protagonistas. Sin duda, es obvio que cualquier película documenta esto. Pero me parece que transitar esta vía interpretativa es equiparar, con demasiada facilidad, el universo diegético de la narración con el mundo real: una interpretación que se pretende ingeniosa, pero que resulta simplista, cómoda...)

Bien al contrario, lo que vuelve intrigante, e interesante, la película son más bien, en mi opinión, detalles de la forma que adopta la narración. Detalles particularmente llamativos, como la (inexplicada) desaparición del personaje de Valentine (Kristen Stewart). Detalles como la atención visual prestada (con eliminación de cualquier sonido diegético y presencia abrumadora de música extradiegética) al fenómeno de la "serpiente de Maloja", que parece constituir una secuencia completamente aislada del transcurso de la historia, con valor propio. Y los frecuentes silencios, y fundidos, con los que terminan los inacabables diálogos -y confrontaciones entre Maria Enders (Juliette Binoche) y Valentine, sugiriendo la constante presencia de lo inexpresado. Y la inserción de imágenes de la película de montaña filmada por Arnold Fanck en ese mismo lugar (Das Wolkenphänomen von Maloja, 1924). O la enigmática construcción del personaje de Jo-Ann (Chloë Grace Moretz), que no se limita a aparecer como la antítesis (¿y la némesis?) de Maria, sino que, con sus silencios, con su atrabiliario comportamiento, con sus medias palabras y -sobre todo- con el modo en que las imágenes de ella que, procedentes de la televisión y de internet (¡otro añadido formal relevante!), se muestran, la presentan como una máscara pública del personaje narrativo (que se adivina que podría poseer -o no- una mayor profundidad: capa sobre capa).

Lo que estoy sugiriendo, en el fondo, es que Sils Maria es antes (o, mejor, de manera más relevante) un retrato de personajes que la narración de una trama. Que, dadas sus evidentes deudas con el cine de la modernidad (Michelangelo Antonioni, Ingmar Bergman, etc.), hay que buscar su sentido (al menos, su sentido más relevantes desde el punto de vista estético) justamente en sus puntos de fractura, en sus oquedades: allí donde surgen los enigmas, quedan sin decir las cosas más importantes, se calla porque no se es capaz de hablar (o porque no se obtendría entendimiento).

Contemplada así, Sils Maria es ante todo y sobre todo una narración acerca de identidades quebrantadas e irrecuperables. Un quebranto y una pérdida que, al tratarse de actrices, que están irremediablemente abocadas, por su trabajo, a desdoblarse, se vuelve más evidente a simple vista.

Se trata, en suma, del deterioro que la vida (el curso del tiempo) provoca inexorablemente sobre las convicciones y los compromisos existenciales: una parte se olvida, a otra se renuncia, una más queda depreciada a ojos de los terceros que nos observan... Y a tod@s, como a Maria Enders, solamente nos cabe persistir, en lo que (creemos que) aún es nuestro ser, en lo que queda de él. Aunque, desde fuera, un observador imparcial e inclemente (como lo es la cámara de Assayas) pudiera demostrarnos, sin lugar alguno a dudas, que no, que ya no somos nosotr@s mism@s, sino alguien extraño (o, peor, una suma de ellos) que, en el curso del tiempo, ha usurpado nuestro nombre.





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