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martes, 27 de enero de 2015

Rocío (Fernando Ruiz Vergara, 1980)


A estas alturas de la historia, ver Rocío levanta -al menos, en este espectador- impresiones y emociones variadas, y aun contrapuestas, que intento exponer ordenadamente, en lo que sigue:

1ª) Llama particularmente la atención acerca de cómo, en esta como en otras tantas cuestiones, hemos retrocedido, en cuanto a clarividencia política e ideológica, a medida que las izquierdas, y la teoría que las acompañaba, fueron retrocediendo (sólo ahora empieza a generalizarse, al fin, esta constatación). En 1980, en efecto, era posible producir, en un medio cultural popular, como es el cine, un documental en el que se lleva a cabo, empleando la imagen, un análisis crítico certero acerca de una "tradición" cultural "popular", destacando cuánto hay en ella de construido y cuáles son las fuerzas sociales que han contribuido a crearla y a mantenerla.

A partir de entonces, en cambio, la tendencia (también de las sedicentes izquierdas) sería la del populismo: dar por bueno todo lo que se acoja a las etiquetas de "popular", "cultural", "tradicional", "autóctono",... (O,  lo que en el fondo es similar, rechazarlo en bloque, en virtud de un falso y ciego elitismo, sin analizarlo ni comprenderlo.) Se ha sustituido, pues, la ilustración por el simplismo (populista o elitista, tanto da), arrinconando el conocimiento riguroso de las expresiones culturales en los cotos cerrados de la investigación científica: lo que sociólogos y antropólogos conocen y explican acerca de las tradiciones queda, hoy, casi siempre muy alejado del conocimiento común (aun de movimientos y organizaciones progresistas).

2ª) Por supuesto, impresiona reconocer, en la película, esa vívida visión (que fue la que ocasionó la censura por parte de un poder judicial apenas posfranquista) desde la perspectiva de la "otra" España (la reprimida por la dictadura) que es capaz ya de conectar, con plena clarividencia, "lo propio" -o así proclamado- con los crímenes del régimen: otra vez, con Walter Benjamin, la cultura como cementerio de las reliquias, sedimentadas, que la barbarie ha ido dejando a su paso.

3ª) Y, en fin, en cambio, es preciso reconocer que, desde la perspectiva formal, la película resulta pobre. Debido, principalmente, al uso y abuso de la palabra: los comentarios (del locutor y de los personajes entrevistados) trascurren en paralelo con las imágenes. Unas imágenes que, en sí mismas, son extremadamente atrayentes, por su viveza: las escenas en las que la población de Almonte se amontona para "apoderarse" de "su virgen", el recorrido de los romeros, las ceremonias de desvestir y de revestir la imagen,...

Y, sin embargo, la película no parece capaz de penetrar en la significación de dichas imágenes a través del empleo de recursos formales audiovisuales. Por lo que el significado es impuesto, prácticamente desde fuera, por el monólogo monocorde (tanto temática como formalmente) de las voces over.

Es esta imposición de significado, esta incapacidad para obtener significados directamente de lo que se filma, lo que hace que este documental, tan valioso desde un punto de vista histórico y político, pueda, pese a ello, ser considerado fallido en términos estéticos.




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