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jueves, 31 de julio de 2014

Short term 12 (Destin Daniel Cretton, 2013)


Short term 12 constituye, en mi opinión, un ejemplo de manual del modo en el que la sumisión a ciertas convenciones estéticas (y, en última instancia, la ansiedad de su director y guionista por incorporarse, en una posición confortable, a la industria cultural) da lugar a que se desaprovechen, en la narración perpetrada, la mayor parte de sus potencialidades. Aquí, evidentemente, las convenciones en cuestión son las del cine "independiente" norteamericano, en su versión más complaciente (y comercial).

En efecto, la narración de Short term 12 opera sobre la base de una serie de materiales temáticos (la situación de menores acogidos en centros, las relaciones -de poder, pero también afectivas- entre ell@s y sus cuidador@s, la relación de medios cerrados con el mundo exterior, etc.) y dramáticos (las interacciones individuales, entre l@s menores, entre l@s cuidador@s, y de l@s un@s con l@s otr@s) que, en principio, podría haber dado lugar a una notable exploración: de relaciones de poder, de la interacción entre los afectos y el poder, de los mecanismos de subjetivación, de la conflictividad de los diferentes roles -amantes, padres, profesionales, etc.- que tod@s asumimos, de la tensión entre institución e individuos (y grupos),...

Todo ello, sin embargo, es pura teoría, puro reino de las posibilidades (desperdiciadas). En la práctica, en cambio, lo que hallamos en la película es una narración "independiente" también de manual. Así, en el plano del guión, aparece una obsesión radical por clausurar la historia narrada, garantizando su simetría (acaba como comienza), su ritmo (alternancia entre escenas de relajación y escenas de tensión) y un final en el que todos los cabos de la trama quedan "adecuadamente" -según las convenciones- entrelazados.

Y otro tanto puede decirse de la forma audiovisual adoptada: la composición de los planos, las texturas de iluminación y el grano de la película, los movimientos de cámara, el montaje, todo resulta radicalmente previsible, porque toda la forma es convencional. Aburridamente convencional.

Entiéndaseme: el problema no estriba en las convenciones, en sí mismas consideradas, ni siquiera en la sumisión a las mismas. La dificultad reside más bien, a mi entender, en que, en este caso (con esta historia para narrar), las convenciones dramáticas y formales a las que Destin Daniel Cretton decide someterse de forma completa y acrítica vienen a ser antes un obstáculo que -como deberían- una ayuda: impiden que la narración llegue a revelarnos algo que posea interés, forzándola a divagar en torno a tópicos banales, acerca de los buenos sentimientos, las buenas intenciones, lo importante de ser "humano" y "amable", de "conocerse a uno mismo", del "esfuerzo en superarse",... Vulgaridades (y mendaces, además), en vez de aquello que en la historia verdaderamente estaba esperando ser extraído, porque era lo auténticamente interesante. Lástima.




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