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domingo, 23 de marzo de 2014

Pelo malo (Mariana Rondón, 2013), o los peligros de la metáfora ("social")


El otro día, mientras estaba viendo Pelo malo, me dio por preguntarme por la razón en virtud de la cual tant@s director@s adept@s a la estética del realismo social optan por cargar de significados metafóricos a las historias que narran.

Significado metafórico es un significado no directamente denotado -ni connotado siquiera- por el mensaje (aquí, por la narración), sino que es atribuido al mismo (a la misma) "desde fuera": desde la cultura compartida, por emisor y receptor. (De este modo, por ejemplo, entregar una rosa se convierte en una figura que pretende representar (sobre la base de ciertas convenciones culturalmente establecidas) no sólo una donación, sino la comunicación de un sentimiento, amoroso, romántico.)

O, en lo que aquí nos interesa, la pelea en torno al pelo rizado o al pelo liso se convierte en algo más que una cuestión estética o de moda: en la representación de dilemas (pretendidamente "profundos") en torno al racismo y la homofobia (de las clases populares venezolanas, sometidas a la injusticia y a la amenaza de violencia física cotidiana, en sus barrios degradados, y que descargarían así su frustración).

Mi respuesta tentativa, a la pregunta por el uso y abuso de la metáfora en la estética del "realismo social" (cuando menos, en el caso de sus peores ejemplares), es doble. Primero, que el significado metafórico permite otorgar apariencia de profundidad a productos estéticos que, en sí mismos (esto es, por lo que hace a su significado -narrativo- puramente denotativo, el que se deriva de sus imágenes, de sus personajes, de sus actores, de sus diálogos, etc.), no constituyen muchas veces más que ejemplos deleznables de un descriptivismo ramplón ("conductista"): incapaz de proporcionarnos ninguna revelación relevante. Fracasados, pues, verdaderamente, en tanto que obras de arte.

La segunda parte de mi respuesta es que, además, dado que la inteligibilidad de la metáfora necesita apoyarse en el hecho de que emisor (creador(a)) y receptor (espectador@s) compartan ciertos elementos culturales (creencias acerca de la realidad y de su interpretación, opiniones morales y/o estéticas, formas de vida, etc.), constituye la misma también un ejercicio retórico (relativo a la vertiente pragmática de la comunicación artística) de captatio benevolentiae.

El problema, por supuesto, estriba en determinar si esta suerte de guiño hacia l@s espectador@s resulta aceptable, tanto desde el punto de vista moral como desde el estético. Desde el estético, porque hay metáforas y metáforas. Y las propias del (mal) "realismo social" tienden, usualmente, hacia lo simplista: puesto que, al fin y al cabo, hay que garantizar que l@s espectador@s (que, aunque tienen pretensiones, rara vez la suficiente educación, o simplemente las ganas de hacer el esfuerzo interpretativo necesario) las entiendan. Lo que desemboca en conexiones exageradamente simples entre significados: ni creativas, ni hermosas, ni reveladoras (como, nos indicará cualquier poética, debería resultar siempre una metáfora).

Y, desde el punto de vista moral, porque hacer guiños de complicidad hacia l@s espectador@s (que no suelen ser precisamente individuos pertenecientes a la clase/ cultura/ nivel sociocultural mostrados en la narración, sino a otra colocada en una parte más alta de la estructura del poder social) puede aproximarse en demasiadas ocasiones en una suerte de -en el mejor de los casos- visión paternalista de las clases más populares o marginadas; y -en el peor- directamente en una forma de racismo (sedicentemente de izquierdas).

Toda esta reflexión viene a cuento porque Pelo malo me parece un buen ejemplo de los riesgos de la estética del realismo social, cuando los mismos no son sometidos a un férreo control por parte del/a creador(a). Se trata, en efecto, de la narración de una historia confusa (que no enigmática, ni particularmente interesante). sobre los problemas afectivos entre una madre, sometida a la presión de la precariedad y las malas condiciones de vida, y su hijo mayor, un niño imaginativo, al que su madre ignora y desprecia (a partes iguales). Sin causas identificables (ni que puedan ser adivinadas, a partir de la narración -tan sólo imaginadas).

Y se trata de una narración que, para resultar efectiva, se apoya, casi únicamente, en dos bases: en una ambientación que satisfaga, en su miserabilismo, lo que se supone que el tipo de espectador(a) que va a ver esta clase de películas (un(a) espectador(a) "concienciad@") espera encontrarse en ellas; y en una puesta en forma audiovisual que sigue al pie de la letra las convenciones -que, por supuesto, también existen- del "cine social" (en cuanto a la forma de componer los planos y a la distancia de la cámara, a sus movimientos, a la iluminación, al sonido diegético, a la ausencia de música extradiegética, a la apariencia física de los actores, etc.).

Así, en tanto que producto cultural, el/a espectador(a) acaba por encontrarse lo que podía esperar. La pregunta, no obstante, es si, al cabo, obtiene algo en términos artísticos: es decir, si obtenemos alguna revelación que merezca la pena (sobre los afectos en las clases populares, sobre su vida íntima y familiar, sobre la dominación, la explotación, la precariedad, el sexismo,...). Y, en verdad, cabe dudarlo: cabe poner en cuestión que Pelo malo sea algo más que la representación de una fantasía (¿paternalista, racista,...?), más indicativa de la ideología de su creadora que de algo relevante de la realidad social que pretende retratar.




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