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lunes, 2 de septiembre de 2013

Mark Mazower: El imperio de Hitler


Invadir territorios "vírgenes", sólo ocupados hasta entonces por "nativos" (de cultura muy inferior a los colonizadores, "civilizados"). Asentar en ellos a colonos procedentes de la metrópoli. Ir desplazando a los nativos. Y, en caso de necesidad, exterminarlos.

Podríamos estar hablando del asentamiento colonial europeo en Norteamérica o en Australia. Pero no, hablo en realidad del programa imperialista del nacionalsocialismo alemán. Que, por lo que hace a esta faceta de su política, se caracterizó -y de ahí su peculiaridad- por intentar poner en práctica en territorio europeo, y sobre poblaciones y estados europeos (en Europa Oriental y sobre población eslava, principalmente), el programa colonial que Europa -y sus descendientes criollos- venían aplicando en otros continentes.

El libro de Mark Mazower que comento (la traducción castellana está publicada por la Editorial Crítica en 2008) explora con amplitud las políticas, programas y prácticas del nacionalsocialismo en el poder en este respecto. En primer lugar, apunta certeramente al hecho de cuánto de traslación del programa colonial imperialista común a los estados europeos (del siglo XIX y comienzos del XX) tenía el programa alemán. Pero, al tiempo, también de cuán peculiar era, la obsesión alemana y nacionalsocialista por enfocar la geopolítica exclusivamente en términos europeos y en términos más propios del mercantilismo (autarquía, agricultura, monopolio de mercados) con el que Europa había iniciado la colonización de otras zonas del mundo que de los tiempos del capitalismo industrializado.

En segundo lugar, distingue el modo diferenciado -en un principio- con el que el nacionalsocialismo acogió las conquistas de territorios, en el centro, en el oeste y en el este del continente europeo: mientras que las conquistas en Europa Central tenían que ver con la recuperación de territorios pertenecientes al estado alemán antes de la derrota de 1918 y con la incorporación (fieles a su concepción nacionalista étnica de la política) de minorías alemanas al nuevo estado alemán, en Europa Occidental las conquistas fueron en principio tan sólo militares (aunque, progresivamente, las necesidades de guerra alemanas hicieron que la explotación económica se agudizase progresivamente -y, en el último período de la guerra, también la represión). Hasta aquí, sin embargo, nada específicamente nacionalsocialista había en la política del III Reich, que no hacía más que continuar tradiciones intelectuales y prácticas precedentes, en Alemania y en otros estados europeos en anteriores conflictos armados.

La invasión de Europa Oriental era ya otro cantar. Aquí, sobre la base de concepciones geopolíticas de rancia tradición en Alemania (la famosa concepción del Lebensraum y del Este de Europa como plasmación física del mismo), sin embargo, el antibolchevismo y el racismo, que eran componentes esenciales en la ideología y en la política nacionalsocialistas dentro de Alemania, impusieron su marca diferencial a las políticas y a las prácticas del invasor. (Por cierto: se pone de manifiesto que las resistencias al nuevo enfoque -que existieron- nunca fueron demasiado sólidas, dentro del establishment del estado alemán. Muy pronto todos los organismos del estado nazi estaban participando de las mismas políticas -y atrocidades- en el proceso de invasión, desplazamiento, colonización, aculturación y exterminio.)

Se describe, así, desde todas las perspectivas posibles (la de los ideólogos y los líderes, la de los diseñadores de las políticas y los organizadores, la de los ejecutores, la de las víctimas), de forma especialmente atenta el conjunto de fenómenos a que dio lugar la invasión del Este (de Polonia, primero, y luego de la Unión Soviética).

Es interesante, en este contexto, detenerse no tanto en las atrocidades y en los millones de personas muertas, detenidas, deportadas, etc. (a este respecto, el libro no descubre nada nuevo -por más que vuelva a horrorizar lo que narra), cuanto en intentar comprender realmente la lógica política que las originó. Pues, en efecto, lo peculiar del esfuerzo imperialista y colonial nacionalsocialista en Europa Oriental (además de su intento de aplicar políticas coloniales dentro de Europa en pleno siglo XX) es que pretendió obedecer a un gran plan político: la magnitud de las transformaciones (y de las atrocidades) se debió, precisamente, a ello, a que se pretendía producir una alteración definitiva de la configuración territorial, demográfica, sociológica y política de extensísimos territorios.

Es cierto, por supuesto, que -como el libro explica magníficamente- nunca llegó a existir un plan maestro, sino que los líderes del estado alemán se enredaron en debates inútiles por la falta de datos y de realismo, en sus propias fantasías y mitos ideológicos, en los característicos conflictos de competencias propios del régimen, y en la presión ocasionada por las necesidades inmediatas (de la guerra, de la diplomacia, de mantener quieta a la opinión pública alemana). Y que esto fue una parte de su problema, en tanto que potencia imperialista. Pero, pese a todo, sigue tratándose de uno de los mayores (y más atroces) esfuerzos para "resolver" un "problema" geopolítico mediante un ejercicio monstruoso de ingeniería social a gran escala. Y es por eso -aparte de por curiosidad histórica- por lo que el tema resulta interesante: es un ejemplo (extremo, si se quiere) del poder político en acción, buscando sus propios objetivos, enredándose en sus propias contradicciones y limitaciones y produciendo toda suerte de efectos, intencionados y no intencionados.

En este sentido, lo más iluminador de esta historia me parece a mí que es que pone de manifiesto tanto los límites a la acción política intencional como su potencialidad (y riesgos). En efecto, de una parte, si algo demostró el intento nacionalsocialista es la dificultad, práctica imposibilidad para llevar a cabo un cambio social total a través de la acción política intencional e inmediata: a pesar del empleo desmedido de todos los recursos del estado moderno, y del empleo seguramente más intensivo de la violencia estatal que se haya visto, la realidad social (de los estados y sociedades de Europa Oriental) se resistieron, de hecho, a experimento colonial; resistencia en parte intencionada, pero en parte fruto tan sólo de los límites que la realidad impone. De este modo, el proyecto colonial nacionalsocialista destacaba, frente a otros, por tres características peculiares, que lo condujeron al fracaso: por su aceleración (para comparar, piénsese -y es uno de los casos de mayor velocidad- en lo que tardaron las colonias anglosajonas de Norteamérica en expandirse hasta el Pacífico); por su racismo extremo (que hacía imposible una integración aceptable -aun subordinada- de los pueblos conquistados); y por un enfoque geopolítico notoriamente anticuado (haciendo hincapié sobre el control territorial e ignorando las dificultades que dicho control tenían que producir sobre el equilibrio geopolítico europeo -que ocasionaron la guerra y, al cabo, su derrota).

De todo ello, lo que acabó saliendo fue una Europa que, además de económicamente arruinada y sociopolíticamente fracturada, quedó sometida a nuevas formas de (neo-)imperalismo, muy alejadas ya de las viejas ideas que habían sustentado el proyecto nacionalsocialista. Y, por ello, también más sostenibles en el tiempo, como la historia contemporánea nos demuestra. Que es, ya, otra historia.


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