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viernes, 17 de mayo de 2013

Stoker (Park Chan-Wook, 2013)


Quienes venimos admirando el vigor visual del cine de Park Chan-Wook (en particular, de su denominada "trilogía de la venganza"), esperábamos con curiosidad -algo malsana- a ver cómo afrontaría ahora su primera película dentro de la industria cinematográfica norteamericana.

La respuesta la tenemos ya: Chan-Wook ha sido capaz de extraer riqueza (visual) allí donde no había más que vacuidad (temática y dramática). En efecto, a partir de un guión manido, compuesto de viejos tópicos (un poco de Alfred Hitchcock, otro tanto de American Gothic, algo de las películas de intromisión de extraños en el seno de la familia de los años 80 y 90 del siglo pasado, un tanto más de erotic thriller, una pizca de The other -Robert Mulligan, 1972-,...), el director se las apaña para construir una narración que mantiene nuestra atención -que no el interés- en todo momento. Y la atención obedece, desde luego, a la forma en la que la historia narrada es puesta en imágenes.

Una forma que consiste, en esencia, en emplear la cámara de un modo vivo. Componiendo planos extremadamente cerrados, muchos de ellos filmados con objetivos con distancias focales muy cortas, a modo de gran angular, de manera que los personajes parecen "atrapados" dentro de los mismos. Encuadrando, además, de manera (relativamente) descentrada, sin seguir al pie de la letra los cánones usuales de colocación de las figuras dentro del plano, y transmitiendo así, de nuevo, sensaciones de inestabilidad. Moviendo la cámara, de forma virtuosa, para acompañar a la mirada de los personajes. Y empleando luego el montaje para combinar dichos movimientos de cámara, hasta el punto de que parezca que los puntos de vista subjetivos de los diferentes protagonistas se confunden, se fusionan, chocan entre sí. O, en fin, empleando magistralmente las técnicas del inserto y del montaje en paralelo, haciendo aparecer en pantalla de forma prácticamente simultánea acontecimientos pasados y presentes; pensamientos y hechos externos.

El resultado de todo este alarde formal(ista) es transmitir de modo efectivo el estado de inestabilidad emocional y -más en general- psíquica en la que viven instalados todos los personajes protagonistas. Hacernos, pues, bucear en sus mentes, en sus sensaciones, en sus experiencias más subjetivas.

Así, si tuviésemos que buscar alguna relevancia temática a la narración de la película, podríamos decir, acaso, que se trata una exploración un tanto más relevante (que la que perpetró hace algún tiempo Tim Burton, en su fallida película) sobre el tema de la adolescente -Mia Wasikowska, otra vez- que, transitando hacia la edad adulta, "atraviesa el espejo" y descubre otro lado, más oscuro e inquietante, pero también fascinador. (Aquí, y a diferencia de la Alice de la novela de Lewis Carroll, para no regresar jamás.)

Todo ello, en cualquier caso, supeditado siempre al objetivo último (de la producción) de desarrollar una trama de intriga, preservando el suspense y conduciendo al espectador, de sorpresa en sorpresa, hasta un finale que se pretende impresionante... aunque realmente no pase de ser efectista. Y es que, al fin y al cabo, no dejamos de hallarnos ante un thriller de producción y finalidad netamente comerciales. Es difícil, por ello, extraer cualquier enseñanza, o experiencia estética, de la narración, más allá del placer puramente formal que acabo de reseñar.

Y es difícil también saber cuánto tiempo más podrá Park Chan-Wook preservar su excelencia formal y que la misma no resulte definitivamente ahogada por la usual desidia creativa (honrosas excepciones aparte) del cine norteamericano más comercial en nuestros días.


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