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jueves, 16 de mayo de 2013

El chuncho, quien sabe? (Damiano Damiani, 1966)


Hay algo profundamente perturbador en la forma en la que Damiano Damiani, director de esta película, planifica desde el punto de vista visual las escenas de acción de esta película. Contémplense, por ejemplo, las primeras secuencias, del asalto al tren: en ellas existe una constante ruptura del (convencional) raccord, alternándose planos que proceden "de ninguna parte", que quiebran la (pretendida) unidad de voz narrativa, característica del cine clásico (y del western, como paradigma genérico de dicha forma de narrar). Ello, me parece, no resulta tan sólo -aunque también, en parte- ni casual, ni tampoco únicamente fruto de factores externos a la narración misma (la influencia de los "nuevos cines" de la época). Antes al contrario, creo que el tratamiento visual posee alguna significación más honda, para la narración que la película pretende ser.

El chuncho, quien sabe? constituye uno de los ejemplos más destacados del llamado "eurowestern político": ambientado en México, durante la revolución, con guión en el que participa Sergio Sollima (conocido izquierdista) y dirigida por otro (posterior) cultivador asiduo del "cine político" italiano de los setenta. Su historia, de hecho, consiste esencialmente en una contraposición inicial de cuatro bandos políticos, encarnados en los correspondientes personajes: el bando de los dominadores (los terratenientes -Don Feliciano, Andrea Checchi- y los políticos y militares a su servicio), el de los revolucionarios (el general Elías -Jaime Fernández- o el Santo -Klaus Kinski), el de los bandidos que aprovechan la revolución (el Chuncho -Gian Maria Volonté) y, en fin, el de los mercenarios extranjeros que medran gracias a la guerra civil (el Niño -Lou Castel). Y de la narración de cómo, al fin, no queda otro remedio (como le ocurre al Chuncho) que cobrar conciencia y tomar partido: ¿a favor de los dominadores o a favor de la revolución y en contra de aquellos, por encima de afectos, amistades y preferencias personales?

La metáfora política resulta transparente. Sin embargo, hay que decir que -volviendo a las cuestiones formales- el esfuerzo de guionista y director por convertir la narración en (además de un alegato revolucionario) un retrato de "las clases populares que toman conciencia de clase, y política", a través de una exaltación de cuanto de vulgar y de contrario a los valores "civilizados" (los valores de los dominadores) ha en el Chuncho y en sus seguidores y acompañantes, resulta cuestionable. No sólo en términos ideológicos: aunque es evidente que la "civilización" ha servido como cobertura de formas nuevas, y más sofisticadas, de dominación, no lo es tanto que la reivindicación de la brutalidad, de la violencia, de lo plebeyo, y la abominación de todas las "conquistas de la civilización" (¿la sofisticación, el pensamiento complejo, los derechos humanos,...?), posea la potencia liberadora que en su día se pretendió. (En este sentido, la película se resiente de su excesiva dependencia ideológica de los debates estéticos del momento.) Hay que ser un Pasolini para ser capaz de retratar, al tiempo, con crudeza y con ternura las potencias del populacho, sin caer ni en la caricatura ni en la exaltación (riesgos ambos constantemente presentes en esta película).

Pero, como decía, la cuestión no es sólo ideológica, también lo es formal. Pues Damiani construye muchos de sus planos (los que están más plagados de significado) a través de la técnica de destruir la unidad de la voz narrativa. De manera que, también en el ámbito visual, parece producirse un enfrentamiento de visiones de la realidad. Volvamos a las escenas iniciales de asalto al tren. Se puede comprobar cómo el director intenta (mediante las mencionadas rupturas de raccord) hacer presentes, al menos, tres voces narrativas diferentes: la de los asaltantes (los bandidos), la de los viajeros del tren (civiles y soldados) y -obligado por razones de desarrollo dramático- la del mercenario norteamericano, el Niño, que intenta aprovechar la ocasión para infiltrarse en el bando revolucionario. De este modo, parecería que podemos "ver más": más concepciones acerca de la realidad. (Otra vez, una idea-fuerza, la de la construcción social de la realidad, tan cara a la izquierda posestructuralista, se hace presente en la narración.)

No obstante, lo cierto es que esta pretensión de proporcionar al(a) espectador(a) una visión dialéctica de la trama no pasa de ser un mero amago. Puesto que, al cabo, la película acaba por preservar la coherencia dramática, narrativa y visual, perfectamente acorde en el fondo con el canon más clásico de narración cinematográfica (unidad del espacio narrativo, personajes individualizados, causalidad psíquica,... y, pese a todo, en la mayor parte del metraje, continuidad visual). De manera que lo que hallamos delante de nosotr@s es, en realidad, tan sólo una película (aunque con algunas "salidas de tono" en el terreno visual) bastante clásica, pero con un mensaje político explícito (y discutible).

Puede verse la película completa aquí:


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