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martes, 16 de abril de 2013

Bir zamanlar Anadolu'da (=Érase una vez en Anatolia) (Nuri Bilge Ceylan, 2011)


En esta su última película, Nuri Bilge Ceylan ha apostado por una compleja combinación de tonos para la narración de una historia acerca de la ambigüedad moral y de la desorientación existencial de los seres humanos. Para narrarla, combina, en efecto, escenas con un tono netamente tragicómico, próximas al humor negro, con crudas descripciones de la ceguera de las organizaciones burocráticas ante la ambigüedad de los deseos y de las emociones humanas, y con algunas secuencias esencialmente contemplativas, y aun oníricas, en las que los deseos y las emociones pasan el primer plano de la narración.

Todo ello, con la excusa narrativa (verdadero macguffin) de la investigación de un homicidio, de la mano de los representantes del Estado (fiscal, policía, médico) y de los individuos acusados del mismo. Una excusa que conduce (aunque seguramente no sea la principal finalidad narrativa del director) a presentar una demoledora visión acerca de la incapacidad del sistema penal para penetrar mucho más allá de la más ligera superficie, aparencial, de los fenómenos humanos y sociales.

Pues lo que, al cabo, aparece en el desarrollo de la narración es el hecho innegable de que no existe ninguna diferencia relevante entre las personalidades o las emociones o las historias del presunto homicida y de aquellos encargados por el Estado de perseguirle: todos ellos (varones todos -y el dato no es baladí) se ven perseguidos por su pasado, por emociones incómodas que intentan reprimir, por ensueños y deseos en los que les gustaría caer. Todos arrastran males y culpas: divorcios, infidelidades, suicidios,... Todos, en verdad (parece querer decirnos la narración), podrían ser, en unas circunstancias dadas, dicho homicida pasional.

Y en ninguno de los casos (tampoco en el del homicida) la presentación social de tales historias alcanza mucho más allá de la mera superficie, de la mera apariencia: una mujer se suicidó (¿por qué?), un hombre ha muerto (¿por qué?),... Fiscal y acusado comparten historias trágicas, de las que nada se sabe, pero que les han conducido hasta donde están. Uno, no obstante, es culpable, ante la ley y ante el Estado. El otro es su agente (inocente, por definición). Y es por eso por lo que el gesto final del médico (Muhammet Uzuner), de no revelar que -según revela la autopsia- el homicidio podría ser uno de carácter agravado, cobra todo su sentido: como reconocimiento de una cierta impotencia, de la ley frente a la complejidad de los sentimientos humanos, también de los del acusado.

Pero la película va más allá. Porque, como decía, la narración contiene también escenas puramente contemplativas: la deriva de una manzana arrastrada por la corriente del agua, los ojos de una joven en la noche, los sueños (de remordimiento y de recuerdo) de unos y de otros, son todos ellos espacios en los que la narración se aparta de los hechos, para adentrarnos en el terreno de los estados mentales de los protagonistas. Pero, sobre todo, de su condición (existencial): individuos perdidos en las inmensidades difícilmente conmensurables de sus vidas. Mientras, alrededor, el mundo fluye y sigue su curso, inmune a sus, a nuestras -vistas en perspectiva- ínfimas tribulaciones.


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