Han coincidido en las carteleras estas semanas dos películas
que tratan las dos acerca de las complejas relaciones entre la capacidad de
narrar, de construir narraciones, y la inserción de los universos (mentales,
lingüísticos) así creados en la realidad (material): Dans la
maison, dirigida por François Ozon; y
Ruby Sparks, dirigida por Jonathan Dayton
y Valerie Faris.
Ello es llamativo. Pero más aún me lo parece la forma en la que el tema se enfoca en ambas películas. En particular, si se compara con las complejidades con las que el tema ha sido abordado en otras obras, como –por ejemplo, por mencionar tan sólo alguna- el Quijote, Sei personaggi in cerca d’autore (Luigi Pirandello) o Providence (Alain Resnais, 1977).
En efecto, en las dos películas que comento la función de la narración en la realidad aparece principalmente como la de satisfacer los deseos, las frustraciones del autor. Es en este sentido en el que hablo de visión “adolescente” acerca de la narración. (No en vano en Dans la maison el tono de la trama se justifica, desde el punto de vista de la diégesis, en el hecho de que el narrador es un adolescente –y el profesor que le escucha, un verdadero remedo de ello, a causa de su inmadurez.)
Me parece evidente que esta visión del arte narrativo resulta en extremo simplificadora. Puesto que, en efecto, la relación entre imaginación, deseo y realidad (al cabo, la sustancia psíquica de la que la potencia narrativa se alimenta) es realmente bastante más ambivalente. Así, no es en estas sencillas películas (meta-)narrativas donde debemos buscar los abismos de la problemática de la creación (narrativa) de mundos. Más bien, habrá de ser en el género fantástico donde hallemos un tratamiento bastante más adecuado de la cuestión. (Por mencionar un ejemplo reciente: en Looper, dirigida por Rian Johnson.)
Por ello, en películas como Dans la maison o Ruby Sparks, no aparece siquiera lo que, a mi entender, constituye la esencia de la problemática: la responsabilidad que el creador de mundos posee en relación con el sino de sus criaturas. El hecho de crear, de constituir un universo (con sus propias reglas), ha de forzar –y, por ende, poner en entredicho- la condición moral del narrador. El demiurgo, de este modo, adquiere una responsabilidad moral para el mundo que constituye su obra. Y, al tiempo, el acto de la creación (re-)construye al creador mismo.
Ello es llamativo. Pero más aún me lo parece la forma en la que el tema se enfoca en ambas películas. En particular, si se compara con las complejidades con las que el tema ha sido abordado en otras obras, como –por ejemplo, por mencionar tan sólo alguna- el Quijote, Sei personaggi in cerca d’autore (Luigi Pirandello) o Providence (Alain Resnais, 1977).
En efecto, en las dos películas que comento la función de la narración en la realidad aparece principalmente como la de satisfacer los deseos, las frustraciones del autor. Es en este sentido en el que hablo de visión “adolescente” acerca de la narración. (No en vano en Dans la maison el tono de la trama se justifica, desde el punto de vista de la diégesis, en el hecho de que el narrador es un adolescente –y el profesor que le escucha, un verdadero remedo de ello, a causa de su inmadurez.)
Me parece evidente que esta visión del arte narrativo resulta en extremo simplificadora. Puesto que, en efecto, la relación entre imaginación, deseo y realidad (al cabo, la sustancia psíquica de la que la potencia narrativa se alimenta) es realmente bastante más ambivalente. Así, no es en estas sencillas películas (meta-)narrativas donde debemos buscar los abismos de la problemática de la creación (narrativa) de mundos. Más bien, habrá de ser en el género fantástico donde hallemos un tratamiento bastante más adecuado de la cuestión. (Por mencionar un ejemplo reciente: en Looper, dirigida por Rian Johnson.)
Por ello, en películas como Dans la maison o Ruby Sparks, no aparece siquiera lo que, a mi entender, constituye la esencia de la problemática: la responsabilidad que el creador de mundos posee en relación con el sino de sus criaturas. El hecho de crear, de constituir un universo (con sus propias reglas), ha de forzar –y, por ende, poner en entredicho- la condición moral del narrador. El demiurgo, de este modo, adquiere una responsabilidad moral para el mundo que constituye su obra. Y, al tiempo, el acto de la creación (re-)construye al creador mismo.
Esto, que puede sonar a etérea teología dogmática, resulta, sin
embargo, relevante también para la consideración de los fundamentos de la
narratología. Pues también el creador de narraciones adquiere la referida
responsabilidad moral, para con el universo de su creación. Y también él ha de
asumir la posibilidad de ser reconstituido a resultas de su acto de narrar.
Ello posee, sin duda alguna, una vertiente de producción de potencia, constituyente (de universos: físicos, psíquicos, sociales, culturales). Pero también otro aspecto siniestro: siempre que el ser humano crea, le resulta difícil –y también ocurre en este caso- llegar a comprometerse efectivamente con su actividad, así como con los resultados causales de la misma. Y, en todo caso, tanto el proceso como los resultados poseen siempre una faceta de extrañeza. Una faceta que apenas debería ver la luz, la explicitud.
Todo ello, sin embargo, resulta difícilmente inteligible cuando se ven películas como las que comento. Porque, con una estética excesivamente convencional (de forma respectiva: la estética del cine francés –ligeramente- “de autor” y la del “cine independiente” norteamericano, ambas actuales), el tema de la conexión entre ficción narrativa y realidad es tratado de forma muy simplista, que apenas consigue transmitir las complejidades y las amenazas presentes en una actividad tan curiosa (en términos antropológicos, y aun etológicos) como la de crear mundos a través de la manipulación de cadenas de signos.
Ello posee, sin duda alguna, una vertiente de producción de potencia, constituyente (de universos: físicos, psíquicos, sociales, culturales). Pero también otro aspecto siniestro: siempre que el ser humano crea, le resulta difícil –y también ocurre en este caso- llegar a comprometerse efectivamente con su actividad, así como con los resultados causales de la misma. Y, en todo caso, tanto el proceso como los resultados poseen siempre una faceta de extrañeza. Una faceta que apenas debería ver la luz, la explicitud.
Todo ello, sin embargo, resulta difícilmente inteligible cuando se ven películas como las que comento. Porque, con una estética excesivamente convencional (de forma respectiva: la estética del cine francés –ligeramente- “de autor” y la del “cine independiente” norteamericano, ambas actuales), el tema de la conexión entre ficción narrativa y realidad es tratado de forma muy simplista, que apenas consigue transmitir las complejidades y las amenazas presentes en una actividad tan curiosa (en términos antropológicos, y aun etológicos) como la de crear mundos a través de la manipulación de cadenas de signos.
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