(Participé, como autor, en actos de "bienvenida" a los nuevos cargos electos, el pasado día 11 de junio, organizados en toda España por el Movimiento 15-M. Observé -a la vez que participaba- los acontecimientos, analicé las reacciones de los medios de comunicación, de los partidos políticos, del propio movimiento... Reflexioné sobre todo ello. He querido esperar a que los hechos estuviesen a cierta distancia y pudiésemos pasar de la pura respuesta defensiva frente a la manipulación informativa y a la amenaza de criminalización, a un análisis más sereno, más teórico, más riguroso...)
Admitámoslo: más allá de la burda manipulación de los hechos por parte de los medios de comunicación, de los partidos políticos y de las instituciones, sigue siendo cierto que -por ejemplo- impedir a alguien entrar o salir de un edificio es un acto violento. Porque creo que es imprescindible preservar un concepto estricto de violencia, si el mismo ha de servir para algo útil: ha de entenderse, pues, por violencia un acto que se entromete indebidamente en la integridad de un individuo (desde luego, el concepto de integridad es cultural); y es violencia física aquella que constituye una intromisión indebida en el cuerpo del individuo. Así, (al menos) en nuestra cultura, oponerse a la entrada o a la salida de una persona de un edificio (conductas subsumibles en principio, respectivamente, en los tipos penales de coacciones y de detención ilegal) son conductas indubitadamente violentas (tal vez -puesto que en la violencia también hay grados- no muy violentas, pero sí violentas). Como lo son golpear o empujar a una persona o -en menor medida- amenazarla o insultarla a la cara. Sólo es preciso colocarse en lugar de la víctima de tales actos: ¿sentiríamos o no -y creo que muy justificadamente- estar siendo objeto de violencia si alguien nos tratase de tal modo, independientemente de sus razones para hacerlo?
Admitámoslo: más allá de la burda manipulación de los hechos por parte de los medios de comunicación, de los partidos políticos y de las instituciones, sigue siendo cierto que -por ejemplo- impedir a alguien entrar o salir de un edificio es un acto violento. Porque creo que es imprescindible preservar un concepto estricto de violencia, si el mismo ha de servir para algo útil: ha de entenderse, pues, por violencia un acto que se entromete indebidamente en la integridad de un individuo (desde luego, el concepto de integridad es cultural); y es violencia física aquella que constituye una intromisión indebida en el cuerpo del individuo. Así, (al menos) en nuestra cultura, oponerse a la entrada o a la salida de una persona de un edificio (conductas subsumibles en principio, respectivamente, en los tipos penales de coacciones y de detención ilegal) son conductas indubitadamente violentas (tal vez -puesto que en la violencia también hay grados- no muy violentas, pero sí violentas). Como lo son golpear o empujar a una persona o -en menor medida- amenazarla o insultarla a la cara. Sólo es preciso colocarse en lugar de la víctima de tales actos: ¿sentiríamos o no -y creo que muy justificadamente- estar siendo objeto de violencia si alguien nos tratase de tal modo, independientemente de sus razones para hacerlo?