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sábado, 2 de abril de 2011

"Lola", de Brillante Mendoza


Estamos tan (mal) acostumbrados a la retórica del realismo que nos cuesta enfrentarnos a alguna retórica de lo real. Estamos, en efecto, habituados (tod@s, pero particularmente l@s más aficionad@s al cine -por no entrar ahora a cuestionar las etiquetas- "alternativo", "de autor", "independiente",...) a contemplar en la pantalla cuerpos que constituyen encarnaciones: de discursos subyacentes, que pretenden ser tranmitidos a l@s espectador@s, a través de las actuaciones, mostradas en las imágenes. En suma: un(a) espectador(a) exótic@ carecería de resortes suficientes para llegar a comprender ese cine del "realismo social". (Y no hace falta buscar espectador@s exótic@s en Marte o en las riberas del Amazonas: basta con acercarse a un centro comercial, en el que contemplan cine la mayoría de quienes aún se acercan a una sala, para hallarl@s.) Se trata, por ello, de un cine eminentemente etnocéntrico, que apela a la comunidad de creencias y de perspectiva cultural entre emisor y receptor, para construir conjuntamente -como cómplices- el significado "correcto". Es precisamente por ello, por tal etnocentrismo, por el que ya hace mucho (en cuanto -tal es mi visión- comencé a madurar) que abomino de la mayoría del (sedicente) cine de autor que asola las carteleras de esas salas que nos están reservadas a (esa horrenda especie denominada) los "cinéfilos".

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