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martes, 1 de noviembre de 2011

"The West Wing", de Aaron Sorkin: la política como fantasía


A lo largo de estos últimos meses, he ido -paulatinamente- revisando las siete temporadas de esta esplendorosa (por el nivel de sofisticación de su diseño de producción) serie televisiva. No creo, en verdad, que la serie merezca un comentario excesivamente detenido desde el punto de vista formal: a diferencia de series anteriores (Twin Peaks) y posteriores (The Sopranos, The Wire,...), dotadas de mayor ambición narrativa, The West Wing se atiene al formato clásico de la narración de las vicisitudes cotidianas de un@s profesionales (adobadas con algunos retazos de su vida personal). Y, al igual que buena parte de las series televisivas de este tipo (ER podría constituir un ejemplo canónico), la estructura narrativa se apoya en el entrecruzamiento de historias y de personajes, a los que la cámara sigue de modo alterno. Nada novedoso, pues, en este terreno: al fin y al cabo, ya Griffith recurría a tales procedimientos narrativos. Por lo demás, y como es habitual en estos casos, los personajes son definidos a trazos gruesos, sus conflictos son elementales y escasamente ambivalentes, las cumbres dramáticas de cada capítulo se ubican en decisiones (presentadas como) "trascendentales", las líneas narrativas no siempre son adecuadamente clausuradas,...

A pesar de todo lo anterior, sigue siendo altamente recomendable echar un buen vistazo a la serie: no en tanto que representación audiovisual (terreno en el que, como he dicho, nada hay particularmente destacable -a no ser el diseño de producción), sino en tanto que representación de la actividad política. En esta faceta, en efecto, The West Wing pretende ser una construcción estética acerca de los entresijos de la acción de gobierno con pretensiones de realismo. O, más exactamente: con la pretensión de presentar de forma realista una fantasía; la fantasía de hallar a un "hombre completamente honrado" y profundamente comprometido con un ideario "progresista" al frente de los Estados Unidos de América.

The West Wing constituye, precisamente, la elaboración narrativa de tal fantasía. Y, así, l@s espectador@s nos veremos enfrentad@s -acompañando a los personajes protagonistas- a los dilemas morales a los que unos personajes moralmente honrados, incorruptibles, se ven abocados. A una representación, en suma, de la versión simplista del conflicto entre la "ética de la convicción" (Gessinungsethik) y la "ética de la responsabilidad" (Verantwortungsethik) que Max Weber presentaba en su ensayo Politik als Beruf. Y a los intentos de los protagonistas por resolver, de forma moralmente correcta, tales dilemas.

Por supuesto, una visión de la política como la que la serie presenta no puede ser calificada de otra forma que como idealista y moralista. Idealista, pues elude en la práctica cualquier consideración hacia los componentes materiales (y, por ende, estructurales) de la acción política. La acción política -y también la acción de gobierno- tienen lugar siempre en un marco que resulta fuertemente condicionante: se hace con medios (materiales, económicos, humanos, organizativos), que hay que captar y organizar; y se hace, además, en un contexto fuertemente institucional. Ambas circunstancias hacen que, en la práctica, sólo ciertas ideas y valores, y únicamente algunas alternativas de acción estén verdaderamente disponibles. Así, por ejemplo, ciertas decisiones sobre una campaña electoral "limpia", o sobre medidas medioambientales imprescindibles, le están vedadas a quien ha dependido para su acceso al poder de la financiación de los lobbies, de los medios de comunicación corporativos y de las grandes empresas. Nada de eso, sin embargo, aparece en la serie que comento.

Además, la visión es también moralista: parecía, en efecto, que es necesario, pero también suficiente, para que la política resulte suficientemente "honesta", "progresista" y beneficiosa para la (mayoria de la) ciudadanía, con que los políticos, los gobernantes (la especificación de género es intencionada, puesto que no hay mujeres con verdadero poder en el mundo de The West Wing) actúen siempre con intenciones que puedan ser calificadas como moralmente buenas. Y, sin embargo, parece claro que tal condición no puede constituir, a lo sumo, más que una parte -ni siquiera principal- de la receta para el éxito. De nuevo, la elusión de los aspectos materiales de la acción política permite construir una fantasía gratificante (con una evidente utilidad como constructo ideológico), aunque completamente insatisfactoria en tanto que presentación evocadora de la realidad.

Obsérvese, en el final del episodio que aquí se puede ver, un buen ejemplo de la presentación de la política predominante en la serie, que acabo de comentar:




En tiempos de moralismo desaforado en la percepción de la realidad política, no sólo visiones complacientes como la de The West Wing están presentes en nuestro imaginario. También otros que se dicen "críticos" y "alternativos" -también, pues, en la izquierda, también en el Movimiento 15-M...- tienden a contemplar la acción política como una historia de buenos y de malos. Precisamente por ello, resulta hoy más pertinente que nunca llevar a cabo la crítica de la representación idealista y moralista de la política. Y reivindicar, otra vez, la lucidez de Niccolò Machiavelli cuando quiso alejarse, en su teoría política, de tamañas -y perniciosas, tanto en la teoría como en la praxis- idealizaciones. No deberíamos, en efecto, confundir la necesidad de insertar consideraciones morales en la acción política con la reducción de ésta a aquellas. Lo primero es imprescindible, si no se quiere caer en una pura "política de poder", al servicio de quienes dominan en cada momento en una sociedad dada. Mas lo segundo sería un grave error estratégico, que condena necesariamente al fracaso político: esto es, práctico. (Pues, al cabo, la política es praxis, ni teoría ni mera racionalidad...)


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