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lunes, 31 de octubre de 2011

"Beau travail", de Claire Denis


Acaso tenemos una tendencia viciosa a construir de una forma extremadamente elaborada nuestras presentaciones (tanto las teóricas como las estéticas) de la maldad y del horror: conferimos fácilmente un papel protagónico en las mismas al devenir metafísico, a la gran filosofía de la historia o a las profundidades del inconsciente. (Un ejemplo paradigmático, en el cine contemporáneo: la reciente película de Michael Haneke Das weisse Band.)

Sin duda alguna, nada de ello es falso: todo resulta pertinente, si de encuadrar el mal en el universo humano completo (que está formado también por sentido existencial, por la gran evolución sociocultural, por su atribulado psiquismo) se trata. Pero tal vez aparezca como excesivo.

Quizá, en efecto, baste, para hallar el mal, con la existencia de un deseo, de una frustración y de una relación de poder.

Tal es la apuesta, minimalista, de Beau travail. Galoup (Denis Lavant) vive en el interior de su cerebro, observa a sus subordinados, esos cuerpos dóciles, esas mentes inocentes, tendidos bajo el sol africano. Permanece siempre dentro de sí mismo, incapaz de comunicarse en realidad. Y desea: desea con fuerza, pero con impotencia. Todo lo cual lleva a la frustración. Y a la violencia, a la maldad. Y a la destrucción: de la víctima, pero también del verdugo.

Un relato de corrientes (psíquicas, de deseo) subyacentes, que pugnan por estallar en la floreciente ambientación natural en la que las acciones (eminentemente físicas, corporales -aun cuando transidas de significados psíquicos añadidos) tienen lugar. Una cámara que -como siempre ocurre con el cine de Claire Denis- contempla y transfiere la tensión (sexual, violenta) al(a) espectador(a). Nada más: una callada (mas no por ello menos dolorosa) representación del dolor y del mal.

(Los conocedores de la literatura identificarán inmediatamente el origen de la historia: se trata, en efecto, de Billy Budd, sailor, la novela de Herman Melville. Sometida, sin embargo, a una operación de extrañamiento: de adelgazamiento dramático y retórico. Hasta casi dejarla tan sólo en su esqueleto: en luces, cuerpos, miradas, fragmentarios pensamientos,... Nada importa, en realidad, tal operación: el efecto -del horror- es idéntico, acaso algo más desnudo. Y, por resultar menos retórico, más fácilmente comprensible.)

Puede verse una crítica más completa e interesante aquí:

http://www.kinoeye.org/03/07/delrio07.php


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