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viernes, 19 de agosto de 2011

Ferrán Gallego: De Múnich a Auschwitz


Constituye este libro (Plaza & Janés, Barcelona, 2001) una apretada síntesis de los avances que la investigación histórica contemporánea ha aportado en relación con la naturaleza de ese peculiar régimen fascista que fue el nacionalsocialismo alemán. Complementada, además, con un abundante elenco de referencias bibliográficas, que permiten -si se desea- profundizar en todos y cada uno de los asuntos tratados: crisis de la Republica, toma del poder por el nazismo, complicidades conservadoras, pensamiento contrarrevolucionario, estrategias de la izquierda, actitud de los diferentes grupos sociales, Estado racista, políticas de represión y exclusión, política social, política internacional, etc.

El tratamiento de Ferrán Gallego se concentra en intentar poner de manifiesto la dinámica interna del movimiento nacionalsocialista, desde sus orígenes en el marco del pensamiento contrarrevolucionario alemán de la primera posguerra mundial hasta su consolidación en el poder estatal y social y su intento -fallido- de llevar a cabo su programa de reestructuración completa de la sociedad alemana.

Como muy bien apunta Gallego, la pretensión nacionalsocialista fue, sin duda alguna, dar una respuesta diferente (diferente, y contrapuesta, a la liberal) al desafío de la modernización social, a través de un cuádruple cuestionamiento en torno a la naturaleza del sistema político:

- Cuestionamiento de la naturaleza de la soberanía popular en el sistema político: frente a democracia, representación comunitaria y carismática.

- Cuestionamiento de la constitución de la comunidad política: frente a la ciudadanía universal, cerrazón comunitarista y exclusión radical del -considerado- "extraño" (desde la subordinación hasta la represión y el exterminio).

- Cuestionamiento de los límites morales de la acción política: frente al principio de que el fin no siempre justifica los medios, apuesta por emplear de forma ilimitada la ciencia y la técnica en pro de los fines perseguidos.

- Y, en fin, cuestionamiento de cualquier moralidad en las relaciones internacionales: frente a cualquier forma de cosmopolitismo, pura y dura Realpolitik.

Es obvio que todos y cada uno de estos cuestionamientos han tenido -y tienen aún- voz en nuestras sociedades, más allá del pensamiento fascista: ha habido partidarios liberales y socialistas de la eugenesia, liberales racistas, muchos liberales partidarios del pensamiento realista en política internacional y pensadores (posrevolucionarios) elitistas o autoritarios. Sin embargo, lo peculiar del nacionalsocialismo fue esta (fatídica) combinación. Y, claro está, la coyuntura histórica adecuada para que la parte más conservadora de una sociedad crispada y empobrecida apostase -sin mucha conciencia- por dicho proyecto. Y, luego, tomado el poder, la mayor parte de la sociedad acabase por someterse, en muy buena medida, a todas sus implicaciones.

Por supuesto, los análisis históricos acerca del nacionalsocialismo siguen pretendiendo poseer alguna pertinencia actual (política), más allá del puro conocimiento teórico. En este sentido, creo que lo más relevante (más allá de obviedades del tipo de que la historia no se repite, o de que ninguna sociedad es inmune al riesgo de dejarse llevar por sus peores fantasmas) es detenerse a considerar qué clase de "fascismo" -por emplear, impropiamente, el término conocido- es posible en las sociedades contemporáneas.

Una cosa que resulta evidente, leyendo este libro y la copiosa bibliografía historiográfica sobre el tema, es que el proyecto nacionalsocialista era (no sólo moralmente perverso, sino también) políticamente inviable: partiendo de asunciones propias del pensamiento más reaccionario acerca de la sociedades modernas, no estaba en realidad preparado para enfrentarse a las complejidades de las sociedades y de la política de su tiempo. Su uso de la ciencia y de la técnica era puramente instrumental, por lo que -agarrotado por su apego al conservadurismo- renunciaba a reconocer (con la ciencia social) todas las complejidades y tensiones de cualquier sociedad moderna, así como de la acción política dentro de la misma. Ello aparece con claridad en cualquiera de las facetas que se examine con detenimiento: existían irresolubles contradicciones (dentro del imaginario político nazi) que volvían imposible mantener al tiempo una política económica razonable, una política exterior expansionista (con una mentalidad imperialista -anclada en lo territorial- enormemente anticuada para la época), una política social que garantizase la dominación y una política de exclusión sostenible. Unas contradicciones que llevaron al proyecto a un estrepitoso fracaso, que arrastró consigo la ruina de la sociedad alemana (además, claro está, de innumerables sufrimientos). Fue, pues, una solución de emergencia, torpe, excepcional.

La pregunta, entonces, que puede resultar hoy políticamente relevante es si cabe otra forma de "fascismo", más sostenible: es decir, si resulta posible imaginar un proyecto político que atienda mejor a los dictados (instrumentales) de la mejor ciencia, también de la social (de la Sociología, de la Psicología social, de la Economía, etc.), para intentar reconstruir (con medios menos burdos, más atentos a la diversidad y a la complejidad sociales) y "normalizar" nuestras sociedades, en pro de una mejor gobernanza y una más estable dominación.

George Orwell (1984) hubiese respondido, qué duda cabe, que tal cosa resulta perfectamente imaginable. Nosotr@s, no obstante, que, por un imperativo de racionalidad, estamos obligados a alejarnos de cualquier suerte de pensamiento apocalíptico, deberemos considerar, pese a todo, la posibilidad -más realista- de que fomas "suaves" de dicho estilo de gobernanza pudieran llegar a introducirse (¿a estar ya introducidas?) en nuestros sistemas políticos. La cuestión que resta por determinar es si dichos sistemas poseen los suficientes recursos, en su diseño institucional, para afrontar los problemas que el pensamiento fascista evocó, reales todos, sin el recurso a una exacerbación de la opresión.

Pues, en efecto, temas como -siguiendo el orden de los cuestionamientos nazis, antes evocados- la representación política, los límites de la ciudadanía y de la diversidad, el poder de la tecnociencia o, en fin, el papel de las comunidades políticas en un mundo globalizado, siguen siendo cuestiones a resolver: tan insatisfactoria es hoy nuestra sensación acerca de los mismos como seguramente lo era la de los individuos de los años treinta del pasado siglo. Y, de nuevo, orientaciones conservadoras y progresistas se enfrentan, con acritud (a veces, no siempre, también con violencia), en torno a ellos.

¿Qué ocurrirá, entonces, cuando las tensiones sociales (medioambientales, socioeconómicas, socioculturales) se exalten? Cabe imaginar que únicamente aquellas sociedades que hayan abierto canales para una resolución razonablemente pacífica de sus conflictos (lo cual, como todo experto en resolución de conflictos conoce, demanda la existencia de espacios de comunicación, así como de posibilidades de participación aproximadamente igualitarias de las partes implicadas) podrán afrontar temas como los indicados sin recurrir a simplificaciones normalizadoras (del estilo de las que -más burdamente- el fascismo ensayó). Para las otras, sigue siendo pertinente la reflexión, con base histórica, en torno a los riesgos inherentes a la gobernanza de la complejidad social.


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