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lunes, 4 de julio de 2011

Una situación intolerable


Nos encontramos en el ascensor. Ella salía de uno de los pisos por debajo de aquél en el que yo vivo. Con sólo algún año más que yo, era ostensible, por su forma de vestir, que pertenecía a una clase social de ingresos mucho menores que los míos. Ella lo sabía y yo lo sabía. Probablemente, se trataba de la persona que limpiaba la casa de alguno de mis vecinos.

Durante seis pisos, ella no alzó los ojos. No sé qué pensaría, nunca me habría atrevido a preguntárselo. Es más, es prácticamente seguro que mi pregunta habría sido experimentada por ella como una suerte de violencia: como un interrogatorio.

Y, precisamente, de eso iba nuestra (fugaz, superficial) interacción, allí metidos en el ascensor: ella, mujer, criada; yo, "señor" (con ingresos más altos que ella, podría permitirme alquilar su fuerza de trabajo), por mis ademanes, mi lenguaje y mi aspecto, y varón. Sí, sin duda alguna, nuestra interacción iba de poder y de violencia...

Por supuesto, yo en ningún momento pensé en ejercer mi poder o en actualizar la violencia potencial de la situación (de dominación). Desde luego, ella es casi seguro que no llegó a pensar (conscientemente) en tales posibilidades (¡se habría echado a temblar, de imaginarlo!). No hacía falta: llevaba el miedo y la sumisión (con toda la falsedad que cualquier sumisión siempre implica -por fortuna: lo ha puesto de manifiesto muy certeramente James C. Scott en su obra sociológica) grabados a fuego en su rostro, en la actitud de su cuerpo, en su mirada. Y yo no necesitaba actuar como alguien superior: me sentía superior (¿cómo no sentirse así, siendo acomodado, respetado y respetable, culto, limpio, intelectual y progresista?).

¿Hubiera sido siquiera imaginable que ella pensase en humillarme a mí, en golpearme, en dominarme? No, por supuesto. Sólo mi poder y mi violencia (aun si los reprimí, no los actualicé groseramente) estaban a la orden del día, siquiera fuese como posibilidad. Las mujeres no oprimen a los varones; las criadas no oprimen a los señores. (¡Sólo en el carnaval lo fingen, a modo de farsa!) Mientras la sociedad sea "como debe ser", mientras no esté subvertida.

En un ascensor, en unos pocos instantes, se puede experimentar todo el universo social, toda su realidad, toda su repugnancia.


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