¿Era posible hacer, en 1953, en Hollywood, una película sobre un individuo bígamo, que dure tan sólo ochenta minutos y que, sin embargo, no cayese en la moralina, sino que presentara una situación compleja en toda su complejidad? (¿Sería posible, aún, hoy?) Ida Lupino -en otra de sus incursiones como directora- demuestra que sí.

La película, en efecto, presenta a Harry Graham (Edmond O'Brien) que, enfrentado a la realidad de una vida dividida entre dos ciudades a causa de razones laborales, e insatisfecho con cómo evoluciona su matrimonio, se enamora de otra mujer, con quien entabla una relación. Y cómo, enamorado de ella, pero al tiempo manteniendo su afecto por su primera esposa, a quien no desea herir, acaba por ceder al deseo de su amante -y a su necesidad, al haber quedado embarazada- de casarse con él. Se presenta, pues, a un bígamo que obra, ante todo, por soledad, por afecto y por pasión.

Por supuesto, puede tratarse tan sólo de una ficción: por desgracia, tendemos a creer que la bigamia (dejo a un lado, claro está, los casos que se derivan de la creciente multiculturalidad de nuestra sociedad: me ciño a los casos de quienes hemos sido ahormados en las creencias occidentales contemporáneas acerca de la pareja y de la familia), en la práctica, tiene más que ver con el fraude -muchas veces, patrimonial- que con la pasión.

En todo caso, creo que es interesante ver cómo la película viene a poner de manifiesto, mediante su sencilla trama argumental, cuánto de insatisfactorias tienen, precisamente, esas presuposiciones occidentales y "modernas" acerca de los afectos, las pasiones, las parejas y las familias. Porque los dilemas de Harry Graham son, en realidad, también nuestros dilemas, por más que con frecuencia intentemos ocultarlos detrás de un halo de moralidad bienpensante (ligada a conceptos tan cuestionables como los "fidelidad", "traición", "adulterio", "pareja", "amor",...).