Los ojos sin rostro. Tal es el título de esta extraña película francesa. Abonada, sin duda alguna, al género del terror, en el mejor sentido de la palabra: más allá del susto gratuito, consiste en la creación de ambientes y de situaciones "malsanas", en las que se plantee lo "inimaginable" (deberá atribuirse a los términos entrecomillados el significado que convencionalmente se considere en cada momento más oportuno). Desarrolla temas de mutilaciones, de desfiguración, de transplantes de rostros, de desmembramiento, de manipulación de cuerpos... y, al fin, de la perturbación que todo ello acaba por producir en los espíritus.

¿Tan sólo una bizarrerie? Así podría, desde luego, ser vista. Sin embargo, la película posee un carácter particularmente perturbador (recuerdo otro caso que, aunque de un modo distinto, me produjo similar impresión: Bedlam, de Mark Robson): derivado tanto de los temas elaborados como de la potente -aunque sencilla- imaginería visual utilizada. Y, sin duda, dicha perturbación ha de obedecer a que, en realidad, la película toca nervios particularmente sensibles de nuestro imaginario.

Puede leerse una interesante exploración de ello en el trabajo de Elizabeth Cowie, Anxiety, ethics and horror.