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jueves, 18 de marzo de 2010

"Precious" (Lee Daniels), o los peligros de la fábula



Ha sido una coincidencia, pero, felizmente, ha ocurrido que, al mismo tiempo que iba a ver en el cine la película Precious (Lee Daniels), estaba leyendo el relato Ugly, de Joyce Carol Oates. Me ha sido, pues, imposible evitar la comparación entre estas dos obras artísticas que, aparentemente, versan sobre un mismo tema: cómo pueden vivir y subsistir las personas (las mujeres) feas en un mundo que valora tanto la belleza (de las mujeres, en especial), cuando, además, no poseen ninguna otra cosa (dinero, talentos particulares, etc.) que pueda actuar como cualidad sustitutiva, de cara a su propia autoestima y a la estimación por parte de los demás.

Y, al hacer la comparación, algunas incomodidades, imprecisas, que la contemplación de la película de Daniels –y otras muchas, también con temas distintos- había suscitado en mí se han vuelto algo más claras en su origen. En definitiva: me parece que, a la hora de abordar temas e historias “incómodas” (es decir, temas e historias que podrían llegar a poner en cuestión la verdad o la corrección de proposiciones tenidas generalmente –o, al menos, hegemónicamente- por ciertas o por correctas), el arte puede adoptar una actitud complaciente o no hacerlo. Es complaciente cuando aborda el tema y la historia incómodas pensando, explícitamente, ante todo en la recepción que va a tener previsiblemente la narración (o la imagen, o…) por parte de sus destinatari@s. Y no lo es (o lo es menos, dado que también caben las gradaciones) cuando la presentación (narrativa, visual, sonora,…) del tema o de la historia pretenden ante todo proporcionar un acceso a la verdad (fenomenológica) de que el arte es capaz.

En mis ejemplos: Precious intenta en todo momento hacer guiños al espectador(a). Las situaciones narradas son duras, sí, mas siempre aparecen la simpatía, la esperanza, las opciones alternativas, las salidas. No, uno no sale disgustado después de ver la película, la historia es dura, pero tiene un final reconfortante.

Por desgracia, nuestra experiencia de la vida, así como los estudios científicos, ponen en evidencia que todo el tratamiento de la historia narrada, incluido su final, resultan más bien improbables. Y, en todo caso, la cuestión –la decisiva, en términos estéticos- es que, aun cuando en alguna ocasión haya una salida o un final feliz para las situaciones de opresión, aquellas no se presentan como evidentes, palmarias, accesibles a simple vista al conocimiento de los personajes y del observador.

(Por supuesto, hay otras formas de complacencia, además de aquella que Precious –y la gran parte del cine con pretensiones más comerciales- ensaya: también el arte panfletario, o de intervención política, resulta complaciente, ya que también permanece obsesionado -aun si es en otro sentido diferente- por la reacción de sus destinatari@s.)

Contemplemos, en cambio, Ugly, el relato de Oates. Nada nos dice de que no sea posible una salida: puede que algún día esa mujer fea halle a alguien que la ame muchísimo, es posible que tenga hijos o un trabajo satisfactorio, o descubra la lectura de los relatos de Kafka, o el jazz, o… Es posible, pero, no obstante, por el momento el panorama ante el que el personaje se halla se presenta como netamente opaco. Poco claro, casi inescrutable. Solamente su propia e inexorable presencia (“soy fea”) resulta evidente, por el momento.

¿No parece más realista (en el mejor de los sentidos, no el más manido), más verdadero, este segundo enfoque? ¿Y no parece el primero una trampa para estúpid@s, que no quieren reconocer la realidad en la que existen? No debe de ser, pues, casualidad que la película se titule “bonita” (ya se sabe: la "belleza del alma" y otras zarandajas similares) y que el título del relato sea, sin embargo, “fea”

(Para evitar equívocos: el imperativo de realismo fenomenológico no excluye ni la posibilidad de la fantasía ni la de la fábula. Sí que, sin embargo, obligan a plantearlas con otro rigor. Volveré sobre ello.)

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