Muchos veníamos atisbando, ya tiempo atrás, que Ken Loach es un hombre derrotado: no sólo por algunas declaraciones francamente estúpidas (como esa reciente que dice que l@s jóvenes, a diferencia de las generaciones anteriores, desconocen el valor de la solidaridad) que sólo así se explican, sino, sobre todo, porque sus películas vienen poniendo cada vez más de manifiesto que, en su condición de creador, lleva ya tiempo en un callejón sin salida. En efecto, si recorremos su trayectoria de los últimos años, podremos comprobar que cada vez su cine se ha vuelto, desde el punto de vista temático, menos incisivo: historias ("batallitas") del pasado, excursiones por los países del Sur que se han revelado incapaces de profundizar en las realidades de los mismos, alguna historia más sobre los mismos problemas sociales de siempre, pero sin la frescura de antaño, más bien volcadas hacia el melodrama un tanto superficial.