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miércoles, 2 de diciembre de 2009

Un flic (Jean-Pierre Melville, 1972): sobre seres humanos deshabitados


El hombre deshabitado es el título de una obra de teatro de Rafael Alberti, que escenifica el proceso de vaciamiento interior de un ser humano. Alberti podría haber estado pensando en algunos de los personanajes de Jean-Pierre Melville, uno de los poetas del vaciamiento interior, en el ámbito cinematográfico. Todas sus películas, en efecto, parecen manifestaciones palmarias de esta retórica del vaciamiento (de cuño existencialista).

De entre ellas, Un flic, la última, constituye acaso su expresión, si no más depurada (ya que, desde el punto de vista formal, no lo es), sí la más extrema. En efecto, todos los personajes de la película parecen vivir en una constante intemperie, emocional y existencial, de manera que antes parecerían sonámbulos o almas condenadas que seres humanos de carne y hueso. Y, por ello, la efectiva condenación de todos ellos, en la resolución dramática de esta historia triste de policías y ladrones, todos ellos extraviados e incapaces de reencontrarse (a sí mismos), parece en verdad su destino natural, aquello que desde siempre les estaba esperando.

(Se me ocurren -en un nivel superior- otros dos poetas cinematográficos del vaciamiento: Bergman y Antonioni, claro está.

Pero hay dos diferencias esenciales con Melville. La primera, temática, es que aquellos hacen del vaciamiento precisamente la materia principal de sus obras, mientras que en Melville, por el contrario, dicho vaciamiento es un contexto, en el que los personajes están inmersos, sin cuestionarlo, actuando en este medio como su único medio natural. Es en este sentido en el que los personajes de Melville se asemejan antes a los protagonistas de La nausée o L'étranger que a En attendant Godot (y, en general, a los de las obras teatrales de Samuel Beckett).

La segunda diferencia es, por supuesto, estilística: Melville pertenece mucho más a la estirpe del "estilo cinematográfico minimalista" (al estilo de Ozu o de Bresson) que a la de una explícita puesta en escena de la desolación, a la que tanto Bergman como Antonioni (aun sin los alardes de un Schrader) sin duda pertenecen.)




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