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jueves, 8 de octubre de 2009

¿Quién necesita otra maldita película más de Woody Allen? A propósito de "Whatever works"


Digámoslo claro: en su mejor momento, Woody Allen hizo algunas películas brillantes. Superficiales, desde luego (nada que ver con sus admirados -y, en verdad, admirables- Bergman y Fellini), pero bien realizadas, con historias ingeniosas que plasmaban inquietudes de ciertos sectores "ilustrados" del público, buenas interpretaciones, sentido del humor. Buenos divertimentos, en suma (no más, y no menos). Estoy pensando, por ejemplo (y, entre tantas obras, es seguro que cada uno tendrá su lista de películas favoritas de Allen), en Annie Hall, en Manhattan, en Stardust memories, en Zelig, en Crimes and misdemeanors,... O incluso, en un tono ya decididamente menor, en Hannah and her sisters, en September, en Manhattan murder mistery, en Deconstructing Harry o en Sweet and lowdown.

Si estas que acabo de citar (la última, de 1999) eran ya muy escasas en sus pretensiones artísticas (por explicarlo con un paralelismo con el cine clásico norteamericano: Woody Allen nunca ha sido, desde luego, el Howard Hawks de la comedia contemporánea, si acaso el Richard Quine... y en estas películas tan menores, se queda en Jean Negulesco), qué diré entonces de la última década de su cine, y de buena parte de las que la preceden, desde Zelig. Sencillamente: una pérdida de tiempo. Como lo es su última película estrenada entre nosotr@s, Whatever works. Las historias de siempre, los personajes de siempre, esbozos de argumento, chistes repetidos una y mil veces, caricaturas facilonas (reirse de la white trash sureña mediante el truco dramático de hacer que descubran, en New York, las delicias del sexo en trío y de la homosexualidad, no es precisamente un alarde de sutileza ni de ingenio: ¿no os recuerda demasiado a la "elegancia" de Mariano Ozores?),... En fin, naderías.

Y, ahora, mi pregunta: ¿por qué gusta tanto el cine de Woody Allen a una cierta generación y a los miembros de una cierta clase social con determinado nivel cultural? No será, desde luego, por su calidad, que niego con convicción. ¿Por qué les gusta Woody Allen, si ese mismo público no aguanta ni a Bergman ni a Fellini? La respuesta, claro está, es que Woody Allen, a pesar de sus citas culteranas y de los pastiches que ha perpetrado con la vista puesta en Bergman y en Fellini, no tiene nada que ver con ellos, sino más bien con una tradición que nos conduce más bien hasta las sitcoms de la televisión norteamericana contemporánea (o su versión cutre, en la española). Es decir, cultura popular, en una versión bastante degradada; nada de alta cultura, ni siquiera cultura popular de calidad (como sí que lo son , por ejemplo, Billy Wilder, o Mario Monicelli).

Acabo: mi tesis es que Woody Allen es el Michael Bay (ya sabéis: ese productor y director "abominable" que -dice la vulgata progre- hace películas de acción para adolescentes descerebrados) de los "progres" acomodados. El que les da, a cada película, lo que ya saben que van a encontrar antes de entrar en el cine. No hay riesgo en ver una película de Woody Allen: no obliga a hacer esfuerzo intelectual ninguno, no plantea problemas (ni existenciales, ni sociales, ni políticos) de calado, los personajes son vistos con cariño,... Y todo acaba "como ha de acabar" (en un divertimento que se quiera inofensivo), sin que se haga necesario cuestionarse nada, porque todo acaba bien, o nada tiene remedio.

¡Con lo que le cayó encima al pobre Frank Capra (precisamente, por parte de es@s mism@s "progres"), sólo por la mitad de la blandenguería que Allen esparce por doquier! Exigencias de la necesidad de distinción cultural, supongo que habría dicho Pierre Bourdieu...




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